domingo, 29 de marzo de 2020

Las cortinas oculares quedan descorridas y los rayos de la mañana se cuelan, tímidamente, a través de la ventana que da al patio. Demoro unos tres minutos en aupar, a la par que ejercitar, mi esqueleto y tejidos musculares, con ánimo de adoptar la forma de una silla o cifra cuatro invertida, en el filo del lecho.

Una vez quedada la cabeza y tronco elevados, me aproximo al calendario, con la temática de New York, clavado en la pared rufase—imitadora del gotelé—. Contando el inicio de esta crisis sanitaria, los días se amalgaman cual amorfa pintura vanguardista abstracta o la propia esencia de la técnica pictórica del "fundido", que retengo de la breve, pero grata, etapa de estudio en la facultad de Bellas Artes de La laguna (Tenerife, ínsula del archipiélago canario).

Nota: Rememorando esa sucesión de fotogramas "in motion" [en movimiento]. Correlación lógica de movimiento con emoción. Rigidez del sistema sin lubricar. Las emociones comprenden el aceite del baile. "La vida es un baile", manifestaba el Zaratustra de Nietzsche ¿cómo diantres va uno a moverse fuera de esa descarga eléctrica, estímulo, el que hace que gire la bobina del recuerdo? ¿es posible danzar, existir sin sentir? Epitafio de una muerte no anunciada: "Aemotivos, la vida se torna lapidaria".

¿A qué obedece esta reivindicación de las respuestas afectivas? Contestaré que recae en la autoconciencia y su vástago, la [auto] crítica. Como kantiano, en la praxis—me guío, principalmente, por el cuerpo teórico del deber y la responsabilidad lógico-racional—constituyen mi talón de Aquiles. Continuando con la metáfora del baile, empero, admito que jamás he sido un buen bailarín. Se me escabulle la comprensión del programa emocional, pese a albergar la particularidad de ejecutar hondamente un análisis endógeno (interno) del mismo, aunque no vívidamente. De ahí esa torpeza en el manejo de la codificación ajena y sus cortocircuitos.

Apoyado en la rueda de las (poco intensas/pasionales) emociones, me asalta el impulso de tomar el pincel, nuevamente, y untar en la paleta los tintes primarios [rojo, amarillo, azul, blanco y negro]—Si no me traiciona la base de datos, apostaría que este es el quinteto cromático base, con objeto de subdividirlo a posteriori en mezcla secundaria y terciaria. De la categoría ordinal [el orden de los factores]—la cuestión versante sobre qué tonalidad cromática empapará la rugosa madera del utensilio pictórico referido, junto con las cerdas del pincel—sí que no me aventuro a hablar.

A todo esto, ni siquiera me he parado a fijarme en los cómputos temporales inscritos en la pantalla del despertador. Me basta con tener la noción de que—a consecuencia del bombardeo mediático—estamos como en la Península Ibérica a partir del solsticio de invierno, con esa GMT + 1 (Meridiano de Grenwich-Londres-, más 60 minutos)

¿Qué carajo importa en qué punto del globo el GPS del dispositivo móvil me localice y su sistema horario, cuando padecemos una situación de confinamiento por causa de pandemia? La única meditación evolutiva que rige, en tales condiciones, es: "estoy sano, luego existo". Mímesis de Chuck Noland en "Náufrago" (2000): Una pausa, intermitencia. Náufragos, a la deriva, también. Cada alma en su apartada isla. A diferencia del protagonista de la cinta, "nos reservamos el derecho de cometer el pecado de perder la noción del tiempo".

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