domingo, 29 de marzo de 2020

Las cortinas oculares quedan descorridas y los rayos de la mañana se cuelan, tímidamente, a través de la ventana que da al patio. Demoro unos tres minutos en aupar, a la par que ejercitar, mi esqueleto y tejidos musculares, con ánimo de adoptar la forma de una silla o cifra cuatro invertida, en el filo del lecho.

Una vez quedada la cabeza y tronco elevados, me aproximo al calendario, con la temática de New York, clavado en la pared rufase—imitadora del gotelé—. Contando el inicio de esta crisis sanitaria, los días se amalgaman cual amorfa pintura vanguardista abstracta o la propia esencia de la técnica pictórica del "fundido", que retengo de la breve, pero grata, etapa de estudio en la facultad de Bellas Artes de La laguna (Tenerife, ínsula del archipiélago canario).

Nota: Rememorando esa sucesión de fotogramas "in motion" [en movimiento]. Correlación lógica de movimiento con emoción. Rigidez del sistema sin lubricar. Las emociones comprenden el aceite del baile. "La vida es un baile", manifestaba el Zaratustra de Nietzsche ¿cómo diantres va uno a moverse fuera de esa descarga eléctrica, estímulo, el que hace que gire la bobina del recuerdo? ¿es posible danzar, existir sin sentir? Epitafio de una muerte no anunciada: "Aemotivos, la vida se torna lapidaria".

¿A qué obedece esta reivindicación de las respuestas afectivas? Contestaré que recae en la autoconciencia y su vástago, la [auto] crítica. Como kantiano, en la praxis—me guío, principalmente, por el cuerpo teórico del deber y la responsabilidad lógico-racional—constituyen mi talón de Aquiles. Continuando con la metáfora del baile, empero, admito que jamás he sido un buen bailarín. Se me escabulle la comprensión del programa emocional, pese a albergar la particularidad de ejecutar hondamente un análisis endógeno (interno) del mismo, aunque no vívidamente. De ahí esa torpeza en el manejo de la codificación ajena y sus cortocircuitos.

Apoyado en la rueda de las (poco intensas/pasionales) emociones, me asalta el impulso de tomar el pincel, nuevamente, y untar en la paleta los tintes primarios [rojo, amarillo, azul, blanco y negro]—Si no me traiciona la base de datos, apostaría que este es el quinteto cromático base, con objeto de subdividirlo a posteriori en mezcla secundaria y terciaria. De la categoría ordinal [el orden de los factores]—la cuestión versante sobre qué tonalidad cromática empapará la rugosa madera del utensilio pictórico referido, junto con las cerdas del pincel—sí que no me aventuro a hablar.

A todo esto, ni siquiera me he parado a fijarme en los cómputos temporales inscritos en la pantalla del despertador. Me basta con tener la noción de que—a consecuencia del bombardeo mediático—estamos como en la Península Ibérica a partir del solsticio de invierno, con esa GMT + 1 (Meridiano de Grenwich-Londres-, más 60 minutos)

¿Qué carajo importa en qué punto del globo el GPS del dispositivo móvil me localice y su sistema horario, cuando padecemos una situación de confinamiento por causa de pandemia? La única meditación evolutiva que rige, en tales condiciones, es: "estoy sano, luego existo". Mímesis de Chuck Noland en "Náufrago" (2000): Una pausa, intermitencia. Náufragos, a la deriva, también. Cada alma en su apartada isla. A diferencia del protagonista de la cinta, "nos reservamos el derecho de cometer el pecado de perder la noción del tiempo".

viernes, 27 de marzo de 2020

RELATO

RELATO PRIMERA PARTE: LA MUSA Corría una pálida mañana de marzo en la ciudad de Firenze (Florencia), un sábado del año de gracia 1475. Sandro Botticelli acaba de abrir los párpados. —Buen día nos acoja Dios en el orbe, vocifera casi cantando. Apenas ha pegado ojo en toda la noche. Así lleva desde hace 48 horas, con los ojos como platos. No deja de sobrevenirle a la mente la onírica imagen de aquella hermosísima muchacha, cuyos verdosos ojos deslumbraron los suyos. Rememoraba perfectamente aquel místico encuentro, dos días atrás, con la figura que le tenía en duermevela. La tarde de ese jueves se hallaba, como de costumbre, en el mercado de la ciudad, a pocos metros de la catedral, finalmente completada por el genio Filippo Brunelleschi. Sandro buscaba adquirir nuevos colorantes y aceites, traídos de las remotas tierras asiáticas, para cubrir sus lienzos y pinturas al fresco. Sin apenas avisar, del horizonte surgió, velozmente, un elegante coche de caballos y la multitud, con sus andares y venires, se echó violentamente a un lado de la vía. De no haber ensayado mejor sus reflejos y contar con un agudo sentido de la vista, unido a la cualidad de observador detallista, la muchedumbre se le habría venido encima. El conductor del vehículo había perdido el control, viéndose obligado a frenar en seco, al grito de ¡so! y los animales corcovearon durante un fugaz instante. Después de conseguir apaciguarles, el cochero se bajó de su puesto dirigente en ademán de abrir la puerta del lujoso carruaje. De él descendió, en primer lugar, una joven que rondaría los veintipico años y meritoria de figurar en las deidades de la mitología greco-romana, una creación divina del señor. Jamás borraría de la memoria su fisonomía. Cabellos dorados, ojos del tono de los campos y viñedos cultivados en la Toscana—Si en sus largos viajes el macedonio Alejandro se hubiese cruzado con ella, la habría tomado al minuto por la hija de Afrodita (Venus en el credo latino) o la mismísima diosa materializada en un cuerpo mortal. Proseguía con su descripción simétrica. Su piel clara y suave, labios carnosos y coloreados con el tinte del amor carnal. Ni demasiado elevada en estatura ni tampoco pequeña. Su sonrisa arrancaba de golpe las penas y tornaba en creyente a quien aún fuese pagano. Embelesado, Sandro repetía para sus adentros —¡Qué afortunado yo, un humilde enamorado de la belleza de Dios y plasmador de su obra, por divisar la criatura más hermosa y pura del jardín! La acompañaba—o mejor dicho custodiaba— su esposo, un hombre de semblante duro y no demasiado sensible e importante mercante, poseedor de múltiples bienes y granjeada reputación. Sandro, de credo apostólico romano, aderezado con la lectura de fuentes mitológicas profanas—los clásicos, griegos y romanos— proveídas por su estimado amigo, Lorenzo de Medici , y psíquicamente atrapado en aquel episodio, estaba plenamente convencido de que Dios había enviado a la angelical doncella, con el firme propósito de inmortalizarla en la tierra. Adoraba al filósofo Plotino. La idea plotínica de la belleza (la perfección)—atraparla—, debía hacerse pictóricamente carne y de ese modo, siguiendo al maestro, luciría como un reflejo de lo absoluto. ¿Pues no era ese el fin del arte? Dejar testimonio de la mano del hombre, imbuido por la fuerza benigna de Dios, y ejecutar su plan en el orbe. (Continuará)

domingo, 22 de marzo de 2020

—Domingo, horrible domingo— pronunciaba Kafka. Me sumo a este sentimiento el septimo día de la semana. Dios descansaría esa fecha, pero ni el condenado virus, ni los profesionales sanitarios y científicos se toman un respiro. Esto es la jodida guerra del bien contra el mal. Sí. Aquí me posiciono en contra de subjetivismos. Es un mal común. A nadie le beneficia.

Están perdiéndose vidas humanas a la velocidad, si no de la luz, bien próximas a esta magnitud. Hacen falta fondos para investigar y dar pronto con una vacuna universal. Menos fe (la fe nos nos va a salvar. El papa ha reconocido la utilidad del conocimiento científico) y más efectividad y respuesta por parte de los políticos, sin importar la facción o bando.

En esta complicada coyuntura no caben las desuniones, los viejos revanchismos sede del egoísmo. La humanidad debe cohesionarse, como un MEGAorganismo resistiendo a la amenazante pandemia vírica. El apoyo y solidaridad son más urgentes que en ningún episodio histórico precedente.

El fenómeno de la globalización presenta sus pros y sus contras—contagios generalizados a tenor del diálogo o relación intercultural. Tiremos de los pros. Los cables o puentes están ahí. Los ciudadanos somos una especie ¿Lo habíamos olvidado? No existen diferencias notables. Si nos despojamos de tontas creencias y convicciones egoístas, hallaremos un nexo, la conciencia de que lo que le pase a un miembro o elemento del sistema repercute en el resto. Es ingentemente triste, que tenga que golpearnos un tsunami de este calibre para despertar.

Hemos de apartar los rencores y amar. Practicar la empatía evolutiva. Esa cooperación y preocupación por el otro, que cruzando el río de los siglos, nos permitió y permite poder incorporarnos de la cama cada amanecer, abrazar a nuestros seres queridos, hacer el amor con la pareja, disfrutar de eventos juntos, consolar y apoyar en las horas bajas, etc. Una bomba atómica de más de 20 kilotones [kilotoneldas] y cargada de amor, como soñaba Albert Einstein. Los gobiernos mundiales deben colaborar como esas especies vivas, en pos de comunicar nuestra voz a futuras generaciones, y de cómo mandamos a tomar por saco a dos monstruos llamados CO-VID 19 y egoísmo.

viernes, 20 de marzo de 2020

RELATO

Quinto movimiento de rotación terráqueo [12 horas al cuadrado] y con 286 días anuales restantes en el de traslación, al que hay que añadir, además, el inicio de estación, en estado de alerta por epidemia de un virus, a las claras, histórico.

En mímesis— y practicando el principio de responsabilidad y solidaridad—con el resto de ciudadanos, permanezco en el interior de la cúpula hogareña. Me urge una taza de café. Con ausencia de dicho estimulante, no disto demasiado de un muerto viviente en la serie americana—homenaje al juegazo noventero Resident Evil—Walking Dead.

Una tarea harta sencilla, como pasar de mi habitación a la cocina, se torna en una epopeya griega. Y más todavía recorriendo el pasillo, cuya longitud y estrechez, en mi estado descafeinado, son sumamente amplias. Otro de los síntomas, por carencia de cafeína, se plasma en que mis piernas pesan cual pesa de plomo arrojada grávidamente en una vasta superficie acuática.

El transcurso a través de este conducto se produce a cámara más que lenta. La lente, reproductora de mis movimientos, queda prácticamente congelada, a lo Neo esquivando las balas en la primera cinta—la única de la trilogía que merece ser visionada—Matrix.

—Mierda—, pienso. Da la impresión de que no avanzo un jodido milímetro. Desplazo una articulación. La observo ascender, y en lo que esta ejerce un desplazamiento hacia adelante, juraría que el medidor de la unidad de apercepción trascendental o monosílaba, y llamamente, yo— Es decir, la conciencia, el sentido interno.

Efectivamente, aludo al tiempo. La intuición kantiana y de la que están hechas las categorías [conceptos] del entendimiento. Nada menos que la llave entre las intuiciones sensibles y los conceptos puros, si la memoria no me engaña. Mira que me costó empollarme la dichosa estética trascendental de ese Kant. Eso no era nada, comparado con el segundo apartado del libro, "la deducción trascendental de las categorías del entendimiento"— [el tiempo] me está gastando una broma pesada.

El tiempo prosigue con su conteo de segundos "in crescendo" y me ha dejado muy atrás, un participante rezagado. El observador queda en un punto muerto, out ¿Liberarse del ego? Contestación a Arthur Schopenhauer. Olvídate de la experiencia estética. Es más sencilla la solución—Principio de la Navaja de Ockham—Quítate el café y misión cumplida. Good bye, voluntad egótica. Y es que la sucesión de los fenómenos, ajenos a uno, no cesa.

En condiciones avolitivas, luego no cafeinosas, a lo zombie, deductivamente, dejas de mirarte el orificio del cordón umbilical; tu angustiosa salida amniótica y temerosa entrada a esta—en ocasiones— cruel obra teatral. En absoluto eres relevante para que el planeta de vueltas a imperceptibles velocidades de vértigo

¿En serio crees que a uno de esos ejércitos de "no muertos" le intriga o quita el sueño [¿Sueñan los zombies con ovejas no muertas?] algo que no se traduzca en propagar su plaga? Los walking deads no consumen cafeína. Y les importa un bledo lo que el fatum (destino) o azar les depare. Son seres avolitivos. La burundanga [droga] es maestra en revelar esta verdad. El sufrimiento, por verse arrancado de la calma uterina, se borra en seco.

Danzo [atemporalmente], en actitud de autómata, por la pasarela ["el corredor de la no muerte"]. La cuerda rota entre el ser y la nada. La finitud no te perturba.

Después de una procesión, más larga que las de la Semana Santa, atisbo la puerta de la cocina. Requiero de la cafeína. Mi vuelta a la intuición kantiana; el recuerdo, mi voluntad, [lo sé bastante bien] mi perdición.

Si en un futuro cercano-lejano, pintase un cuadro retratando toda esta parafernalia existencial, dicha pintura llevaría por nombre el encabezado de la obra de la filósofa Hannah Arendt y del artista Magritte: "La [puñetera]  condición humana".

jueves, 19 de marzo de 2020

REFLEXIÓN MAÑANERA

Gracias a Isabella, Susan y Miguel Antonie ahora cuelgo, en modo público, mis [idas de olla] ocurrencias filosóficas.  

Día 4 de enclaustramiento desde que se inició la emergencia sanitaria. La maquinaria del tiempo apunta a las 10 am y a pocos minutos de perfilar un ángulo obtuso (más de 90 grados y menor de 180), al tocar las manecillas las y media. Mi esqueleto y músculos ejecutan una elevación de las articulaciones, con objeto de izarme desde el mueble donde el cuerpo se sitúa con aceleración y fuerza 0 y confirmar una ecuación física de espacio partido [Velocidad = espacio por tiempo, en juntura con la newtoniana: F-fuerza = masa por aceleración] en dirección al ventanal. Allí donde, en parabólica curva, la baranda conforma un hiato entre la vivienda y la realidad foránea (extranjera) al yo.

La estrella más cercana a la Tierra emerge de entre la masa vaporosa, para acto seguido, volver a jugar al encondite. "Realismo ingenuo" lo calificarían los antiguos griegos. Dar por sentado que la refulgente esfera de Apolo despareció ontológicamente (ergo, ya no entra en la existencia) entre las fauces de esa nada humeante. Una meditación epistemológica mañanera. Inesperada esta divagación, si corriera las cortinas y privase completamente a la estancia de la iluminación diurna.

Exageremos la ejemplificación y traigamos a la historia un neonato, que [pongamos que se crió en un refugio nuclear] aún viéndose nutrido y cobijado, por el calor, afecto y comunicación, jamás hubiese visionado representaciones de las cosas externas al hogar en que ha crecido. El chico cuenta con 16 años y su realidad finaliza allí donde las paredes divorcian  las habitaciones de la estancia. Si pasados varios años las condiciones de radioactividad o peligro remitieran y sus padres, los únicos seres de quienes su retina y cerebro han recabado información, le comunicasen que tiene lugar una realidad más dilatada que la de ese refugio.

En tales circunstancias, el joven tomaría por demencia la información entrante y descreería, fuera de toda duda, que ese hipotético mundo externo sea auténtico. Al invitársele a dejar el recinto forcejearía. Negación del argumento platónico. Su caverna comprende el conjunto de la realidad ¿Abandonar la gruta? Ello comportaría demencia. La fina locura entre la razón y el desvarío ¿Quién determina la lógica y coherencia? ¿Acaso no sería un "cuento de hadas" la realidad objetiva para el muchacho del relato? Habría aprendido en el ámbito doméstico, su contexto de realidad, principios y leyes que rigen en la naturaleza.

Por supuesto, en este experimento mental, lo almacenado y comprendido respecto lo de afuera, vendría proporcionado por el sistema de creencias paterno y materno. Dispondría de unos cuantos ejemplares bibliográficos. Ignoramos cuales. Supongamos que se remitiesen a conocimientos desconectados de su factor externo. Es decir, enfrascados en su mera metodología, operaciones lógicas, conjeturas e hipótesis. Vamos, lo que los neopositivistas fijaron semánticamente como "contexto de justificación".

Lo sociológico, psicológico, económico, político y demás factores comportarían una mota de polvo en su cosmos mental. El conocimiento no pasaría de la abstracción y experimentación empíricas. Por el contrario, la fenomenología y sus avatares, las relaciones con los demás y sus ligamentos de variada urdimbre se disolverían, no ya en el aire como apuntillaba Bauman, sino en algo mucho más dramático. Un agujero negro habría succionado cualquier resquicio de la realidad mundana ¿El realismo?

Sin ánimo de caer en tópicos de modernidad o posmodernidad, materialismos e idealismos tontos y maniqueos. El realismo será mi realismo—un latinajo—per semper. No se desprende una contradicción entre materialismo e idealismo (se cuenta con más posturas o soluciones, previniéndose un posible caso de falso dilema, pese a enunciar dos) en el texto expuesto. No se despide de lo material el joven, que jamás ha contactado con el contexto de descubrimiento, lidiado con los trajines socio-culturales y sus ramificaciones hondas. Tampoco queda suprimido el vector—flecha— del idealismo. El mozuelo ideó su margen debido a las circunstancias. Estas últimas confeccionaron su realidad y compusieron su confianza en lo percibido día y noche a lo largo de tantas estaciones.

A modo de conclusión de este [no sé cómo denominarlo] escrito, en tanto que es improvisado y lo redacto sobre la marcha —primero escribe y luego piensa o reorganiza las palabras ¿Qué es el mundo? ¿qué es la cordura? ¿qué es la razón? ¿cuándo termina el sentido lógico?

En la vida son el resto de colectivos, los seres humanos, con sus teorías, cálculos, paradigmas dominantes, ideologías, creencias, valores etc los encargados de acometer estos axiomas en nuestro vivir. Así mismo, se lo programaron, en la cabeza, al chiquillo sus progenitores

¿Y cómo dudar de dicha configuración de la realidad, si esta fuese exclusiva, sin arroparnos con comparativas ajenas, a la que tenemos acceso?

¿De qué modo descubriríamos que no somos más que esclavos de metal en un parque de atracciones futurista, y utilizados para el divertimento de ricachones y visitantes con un sentido, más que discutible, de la ética? ¿Cómo no concluir que estamos inmersos, cartesianamente, dentro de un sueño y al tiempo en otro sueño, cómo recitaba, bellamente, Poe?

Han transcurrido más de 60 minutos desde el inicio de este amasijo de palabras. El lienzo de la bóveda celeste se halla pintado de blanco, un "esfumato"; técnica pictórica de Da Vinci. Una neblina la envuelve. Stop. Me retiro a las labores académicas, sí, materiales e ideales. Se me escapa si habré alumbrado alguna neurona o habré perdido yo unos cuantos tornillos, pero retomando la idea de párrafos pasados ¿No serían ustedes, quienes partiendo de su realidad, me juzgan con X parámetros?

lunes, 16 de marzo de 2020


Primer paso: Abandono del domicilio. Marcador de ansiedad, bajo. Cruce del portal y contacto con la vía urbana. Incremento. Aparición de viandantes en mi ángulo de visión. Experimento una leve subida de la preocupación. Procuro mantener la distancia prudencial. Me aparto, cual habitante de la urbe en la era medieval o la terrible gripe de principios (la del 18) del pasado siglo, amén del preocupante esputo sanguinolento, que mancilló tantos pañuelos y seña de guillotinazo a la salud. El nombre eriza el vello corporal, sí hasta el púbico, con alguna que otra hebra de plata ya en crecimiento vertical: Tuberculosis.

Prosigo mi recorrido, en modalidad de médico de la peste, o periodo de crisis nuclear. El lunático suicida saliendo a por medicamentos en pleno Chernobil. El gobierno da carta blanca a la operación de adquisición de fármacos, pero a toda leche. Nada más que me resta echar a correr, como un inocente judío asechado por la mirada asqueada de soldados del Tercer Reich.

Bajo la calle. Transeúntes paseando a sus perros. A paso de tortuga, ellos. Algunos peatones charlan como si la amenaza del virus no fuera con ellos. Afortunadamente, no observé terrazas ni bares abiertos. Alcanzo el centro de salud con objeto de solicitar una receta.

Interior del recinto. Número inferior a siete personas. El personal mínimo. Acceso al mostrador respetando el perímetro de seguridad. Me recibe una señora vestida con su mascarilla y guantes. Deposita la hoja con el permiso del médico, la vía de acceso a la compra en la farmacia. Brevísimo intercambio de palabras. No hago caso a Schopenhauer. Ignoro el término medio entre el agobio y los sangrantes pinchazos al permanecer juntos y la lejanía. En su lugar, guardo la máxima distancia posible. Este cuerpoespín está helado, pero de miedo. Diálogo corto. No renunciamos a la diplomacia. El trato cordial es el mínimum.

Mis pies se despiden del edificio. Destino, la farmacia. Atravieso las calles como alma que lleva al diablo. Desde luego, a colación del señor de las tinieblas, el escenario es un homenaje a Dante ¿A qué puñetero círculo del infierno pertenecería? Me quedo mentando este interrogante. Al fin alcanzo a la farmacia, los "boticarios" en la era—no tan ajena, el sentimiento viaja como Martin y Doc en su Delorian—del medievo y algún sonado brote de enfermedad, acaecida en épocas pretéritas y con flecha en línea recta.

Entro en la estancia (la farmacia). El detector térmico sensorial señala la presencia de clientes. Paralizados. A todas estas. Advierto que mi ansiedad ha ascendido. Procuro desviar la atención. Agradecimiento a las clases de mindfulness. Concéntrate en la respiración. Inhalar. Expirar. La fortuna me sonríe. La encargada no demora en atenderme.

Nuevamente, proceso de entrega de mercancía, al impersonal estilo de pillar farlopa del camello. Evidentemente, en esta coyuntura, no se cata lo que se entrega. Entrega del permiso. Pago con tarjeta. No me arriesgo con monedas corrientes. La encargada cubre sus manos también con prenda de cirujano, los salvavidas en la sala de urgencias. Joder. Espero no verme bisturizado. —Diálogo interior: Aplaca la hipocondría, Jorge—. Repito otro ejercicio de mindfulness. Recibo el medicamento. Una señora bloquea la salida. Le pido amablemente que despeje la vía. Ya en la calle, aumento el paso. Las sesiones de terapia cognitiva han dado sus frutos. Mantengo el estrés a raya.

Camino céleramente. La farmacia está aneja a mi zona de residencia familiar. A unos pocos metros, "hogar dulce y seguro hogar". Llego a la puerta del portal. La zona, poco menos que radiactiva, queda fuera de mi radar. Llave en cerradura. Ese truco que conozco. Empuje. Marco el correspondiente piso. Subo en el ascensor. Accedo al domicilio. Ligero golpe de puerta. Salir a la vía urbana estos días es una auténtica Odisea. A todas luces, el poeta clásico Homero se las vio con alguna epidemia.

La guerra y la enfermedad. Contextos tremendamente parejos. Y en el centro de la tragedia, el amor (philia y eros), igual que el de tantos médicos, enfermeros y demás profesionales de la salud, jugándose el tipo de sol a sol e insomnes madrugadas para erradicar este puñetero mal de nuestras vidas. Nos hallamos en el exterior, el balcón. El reloj apunta a las 19:00 horas. Los vecinos acuerdan el acto. Un sonoro aplauso dedicado a su encomiable labor 👏🏻👏🏻👏🏻

domingo, 15 de marzo de 2020

Nada. El espacio ontológico, luego existencial, restringido a un fino cuadrángulo de coordenadas centrífugas y ocupado por las nalgas. Fuerza de tensión en la suave y mullida superficie del sillón. La mirada focalizada en el orto [horizonte] invisible, salvo para la fantasía ideada por el dúo ocular, y columbrando en el vacío teorizaciones resbaladizas.

A mi vera, resguardada de la gravedad y en pétrea mesa, reposa la vasija custodiante de la sustancia resucitamuertos y extraída de granos, traída a la par de Sudamérica en tiempos en que se naturalizaban la esclavitud y la malicia, tiznándola de la objetiva religiosidad, al modo de la neutral Suiza. El voceo humano, agora transmundano de —¡¡¡Es la voluntad de Dios!!!

Una bebida con tantos eventos que narrar, continente de siglos y siglos de factums [hechos] silenciados por el pensar de la época y sus filtrajes documentales en la descendencia. Los archivos históricos excusaron el crimen, incorporándolo a la acepción del diccionario "triunfo", "gloria", "derecho divino", "vencimiento", "descubrimiento", "progreso" y un largo etcétera de elogios semánticos.

Hubo un filósofo de origen austriaco apellidado Wittgenstein, que en las disertaciones de una obra, bautizada con el común nombre "Tractatus Logicus Philosophicus", aducía que "los límites del lenguaje son los límites de mi mundo". En la niebla de mis cavilaciones, a excepción de la recurrencia a colación del café acompañante, convengo con él. Se me escapa la historia, y el grado de mi intervención en sus episodios, únicamente se remite al juicio, inundado este por conceptos anacrónicos, por tanto contaminados de actualidad y hojeados en archivos y páginas de la materia de estudio.

Una meditación final en este borroso escenario. Lo que fue, fue. La hipotética crítica guarda su sentido en el ahora, situ en el 2020. La utilidad del pasado descansa en conocer, con un poco más de atino, el por qué del hoy, además de procurar edificar un prometedor mañaña y con menos fallas pretéritas.

Vuelvo al principio. Nada. La abrupta dimensión del pensamiento. Fuera de él y su meditabunda perforación, la cosa en sí.

miércoles, 11 de marzo de 2020

UN MARZO NO-VENTOSO

Una taza de café en la tarde de un "marzo no ventoso", salvo el virulento vendaval, desatado por la ola vírica, y las secuelas psicológicas en la ciudadanía. Me hallo trazando un ángulo de 90 grados en el sofá, al tiempo que, parsimoniosamente [tranquilidad, casi como un ritual o ceremonia], vacío de cafeína el cilíndrico recipiente. El sistema psíquico-corporal no alberga ninguna intención de dirigir órdenes a la mano, con objeto de asir el mando a distancia y accionar el botón de encendido en el televisor.

No contemplo función lógica útil en escuchar la última hora del fóbico monotema. La lógica me dicta, predictivamente, que la situación empeorará y los relatos enriquecerán aún más el catastrofismo actual (remembranza de la famosa novela titulada "La peste", de Camus). Una pena no contar con el ejemplar en papel en este momento. Nota: —La ironía iría al pelo—. Tampoco comprendo qué finalidad concede un notable porcentaje de gente a visionar los informativos, poniendo estos el grito en el cielo, y contagiarse no ya de la declarada "pandemia", sino de un miedo descontrolado: el pánico.

Me resisto a sopesar una evidencia, pero no consigo despejar, repasar mejor dicho, de mi masa chiclosa la siguiente sentencia del filósofo David Hume: "La razón es esclava de las pasiones". Me levanto del mullido asiento y acudo a mi dormitorio. Allí, sobre el escritorio yace, burlonamente, la "Ética" de Spinoza, abierta por la siguiente página, la proposición de la tercera parte y alusiva a la compasión-"la compasión no es una guía de la razón".

Cierto es que, francamente, no experimento demasiado sentimiento de lástima o misericordia por la conducta pavorosa de la ciudadanía, y eso que un servidor acostumbra a ser presa de la hipocondría, mas cuando realizo relaciones sintomatológicas o la mente dispone de sus propias causas. A tenor de la cita de Hume, en clave invertida y concordante con la proposición del filósofo holandés (Spinoza), me cuestiono lo siguiente, y como si la relación de yo-mundo se hubiese desvanecido, idénticamente a ese café consumido precedentemente. Al apartar la compasión de mí, con vistas a no infectarme de esa emoción paralizante ¿Seré yo un esclavo de la razón?

Salgo al balcón. No sopla brisa. Hace calor. De lo poco que me he informado del amenazante virus, he estudiado que las altas temperaturas representan su talón de Aquiles ¿cuánto demorará el enfriamiento de este problema, y el sentimiento desatado, en la población mundial?

domingo, 8 de marzo de 2020

De veras que en ocasiones quisiera escribir de manera más entendible, inteligible, al alcance de cualquiera. Pero he reparado en que, esta es mi huella, tanto literaria como psicológica [y antropológica-raíces de la especie humana y la cultura]. Tejo una madeja y no siempre albergo la voluntad de evitar la formación de nudos, y caminos cerrados en el tránsito a través del laberinto. Los enredos son parte de la condición humana ¿y qué aficionado a parir el lenguaje afirma con rotundidad que su hilo estilístico permanecerá en perfecta horizontalidad, linealidad y libre de nódulos (nudos) o desviaciones?

De esta misma modulación consta el pensamiento humano. La escritura espeja la imperfección y el malentendimiento incurable. Habrá quienes capten la intencionalidad del emisor, y que incluso detecten más chicha en el texto que este. Se contará, a su vez, con quienes lo ignoren por valorarlo pedante o altanero; el precio de la incertidumbre del redactor. En otra estancia, algunos se perderán en su interpretación, de igual manera que se extravió, quedándose absorto y focalizado en el océano interior—Reminiscencia de la "experiencia estética" descrita por Arthur Schopenhauer—, el responsable de ejecutar las líneas.

En fín, que en el abstracto terreno de la composición, la poiesis (creación) de la grafía, nunca llueve a gusto de todos ¿pero se ha dado, desde que apareció la vida en planeta, una visión común? Ni en los tejemanejes religiosos o metafísicos versantes del principio y el fin del universo, se produce quórum. La escritura no es una excepción, en tanto que representa, nada más y nada menos, que el esfuerzo de la incomprendida y monológica psique (cada particular dialoga y carga con la suya) por sanarse de su afonía atávica.

martes, 3 de marzo de 2020

Costosamente empatiza uno con los demás, cuando no se le ha tratado como un semejante durante gran parte de su curso biográfico —¡¡¡cuántos años fui advertido como un bicho raro, casi un despojo para el prójimo!!! ¿y de qué manera pretendían que yo correspondiera afectuosamente con el desafecto?

¿Acaso me habrán tomado por masoquista o la criatura inhumana—categoría adherida a mi ser, con el arte de la perversidad de quienes ignoran su propia identidad humana—, por lo que ajena se les antoja la pertenencia a la misma especie de cualquier ser que gime, ríe y se agita con sentimientos de temor y esperanza?

Todavía desconocen que, la promulgada igualdad de miras retroyectivas (se queda en su grupo seleccionado, nada más), es un insulto a la diferencia. La conciencia debe mirar y atender la diferencia, la otredad (ipseidad), con objeto de reconocerse e integrarla en la mismidad. Nuevamente, nos desplazamos en un contexto normativo alusivo a la definición de normalidad, a tenor de las normas ¿no advierten la tremenda contradicción de nombrar la inmoralidad en las sagradas normas de aprobación y desaprobación de las conductas? ¿cómo construimos al otro?

La no discriminación trae consigo imponerse a las bases del comportamiento evolutivo social, el deseo de ser aceptados ¿y quiénes no se burlaron o atacaron alguna vez al compañero o conocido, al identificado como distinto o no normativo sin dignarse siquiera a conocerle, con ánimo de encajar y no ser ellos mismos nombrados "parias" o inadaptados?

La moralidad litigia con el prestigio social. Si usáramos más el coco, aparte de mantener una autoestima equilibrada con efecto de no ceder al narcisismo demandante, mandaríamos al cuerno las opiniones ajenas y seríamos menos hipócritas y más humanos. Gran parte del tiempo, dedicado a reflexionar acerca de estas cuestiones, estimo que albergamos esa categoría, la de humanos, por simple pedantería u adorno.

lunes, 2 de marzo de 2020

Gritaba narrativamente Albert Camus, en su célebre libro "El hombre rebelde": "Me rebelo luego existo". En efecto, la resistencia, ese no atávico, trae consigo una materialización de la específica, luego particular condición humana. Este "disiento luego existo", adquiere unas raíces más profundas que las de la mera oposición u objeción a la tiranía, opresión y cualquier forma de injusticia, encarnada en la norma, un amo o la figura de Dios.

La discordancia, (la différance—diferir—que diría Jacques Derrida o el ser para sí—antítesis—hegeliano) es condición sine qua non para la existencia. Difícilmente, puede admitirse la concordancia en todas las partes. La concordancia in extremis desembocaría en una claustrofobia, junto a una dictadura del yo (el sujeto) respecto de las alteridades y viceversa, de manera que resultaría quimérica, harta imposible, la diferenciación de y entre los conjuntos y subconjuntos de los diferentes sistemas y clases.

La naturaleza precisa, por parte de la conciencia, de la negación y separación, la fisión o categorización—Un punto para Kant—. El todo ahoga, análogamente, a la desesperación entrañada por la nada. El todo y la nada son noúmenos (cosas en sí, intuiciones inteligibles) y por ello no cabe su entendimiento. De ahí, la urgente necesidad de la no convergencia y la reafirmación de ese clamor de diferenciación o reinvindicación autónoma del yo y las otredades.

domingo, 1 de marzo de 2020

Esta mañana estuve pensando o se me ocurrió que la empatía debe seguir un proceso lógico, un orden para establecer un vínculo con el otro. Y de ahí mi planteamiento acerca de que las emociones no campan en un caos, o de lo contrario no cabría un patrón en la posterior conducta.

Ello se debe a las emociones súbitamente están enredadas en la tela de la razón. El contagio emocional necesitó de un motivo razonado o despejado para su imitación o reproducción en mí. El plano inconsciente no entrañaría ese universo/cosmos violento que se le ha atribuido. La violencia de dicho universo se vería incapaz de ser frenada, de desplazarse correctamente, en el pensamiento consciente mediante el paso e interfaz de tal incontrolable estado ¿cómo podría el sistema psíquico capturar o representar con acierto esa infinitud de objetos o energías veloces (esas pulsiones o emociones) impactando unos con otros?

Existe un orden en la vorágine de emociones. La razón los entrelaza e inteligibiliza, pero de lo que no cabe duda, es del sentido para que se desarrolle el ser-para-el-otro. Lógicas compartidas e interconectadas en su finalidad. Llámalo química, similitud, simetría, afinidad, simpatía, agrado, atracción, etc. La base o principio no es totalmente ciego o jamás encontraría un canal de acceso. Lo opuesto a esto desentrañaría que, tras una primera conexión o establecimiento de fusión, hubiese una variación y nos comportásemos en términos contrarios al de la empatía inicial. Se quebraría de lleno la permanencia y el sentido de la misma. Las amistades y relaciones comprenderían una fantasía de segundos, que ni siquiera sabrían que lo fueron

¿No lleva, además, todo esto a pensar que los animales no humanos no están exentos de empatía? ¿y por qué el perro o gato continuó lamiendo y mostrando cariño hacia sus dueños y otros camaradas perrunos y gatunos, si afirmamos que no razona ni es poseedor de conciencia? ¿cómo logicizó esa amalgama de emociones iniciales otorgándoles una continuidad si no estaban racionalizadas u ordenadas en primer término, luego conferirles coherencia a las mismas?
Ya ven. Cuestiones que me planteo después de uno o dos cafés 🤔