domingo, 15 de marzo de 2020

Nada. El espacio ontológico, luego existencial, restringido a un fino cuadrángulo de coordenadas centrífugas y ocupado por las nalgas. Fuerza de tensión en la suave y mullida superficie del sillón. La mirada focalizada en el orto [horizonte] invisible, salvo para la fantasía ideada por el dúo ocular, y columbrando en el vacío teorizaciones resbaladizas.

A mi vera, resguardada de la gravedad y en pétrea mesa, reposa la vasija custodiante de la sustancia resucitamuertos y extraída de granos, traída a la par de Sudamérica en tiempos en que se naturalizaban la esclavitud y la malicia, tiznándola de la objetiva religiosidad, al modo de la neutral Suiza. El voceo humano, agora transmundano de —¡¡¡Es la voluntad de Dios!!!

Una bebida con tantos eventos que narrar, continente de siglos y siglos de factums [hechos] silenciados por el pensar de la época y sus filtrajes documentales en la descendencia. Los archivos históricos excusaron el crimen, incorporándolo a la acepción del diccionario "triunfo", "gloria", "derecho divino", "vencimiento", "descubrimiento", "progreso" y un largo etcétera de elogios semánticos.

Hubo un filósofo de origen austriaco apellidado Wittgenstein, que en las disertaciones de una obra, bautizada con el común nombre "Tractatus Logicus Philosophicus", aducía que "los límites del lenguaje son los límites de mi mundo". En la niebla de mis cavilaciones, a excepción de la recurrencia a colación del café acompañante, convengo con él. Se me escapa la historia, y el grado de mi intervención en sus episodios, únicamente se remite al juicio, inundado este por conceptos anacrónicos, por tanto contaminados de actualidad y hojeados en archivos y páginas de la materia de estudio.

Una meditación final en este borroso escenario. Lo que fue, fue. La hipotética crítica guarda su sentido en el ahora, situ en el 2020. La utilidad del pasado descansa en conocer, con un poco más de atino, el por qué del hoy, además de procurar edificar un prometedor mañaña y con menos fallas pretéritas.

Vuelvo al principio. Nada. La abrupta dimensión del pensamiento. Fuera de él y su meditabunda perforación, la cosa en sí.

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