sábado, 27 de junio de 2020

La minima moralia. Los principios compartidos de la moralidad.

Pues tanto el bien como el mal son términos que obedecen a las consecuencias de una acción en un ethos o comunidad determinados, pero que en parámetros elementales precisan de cierta diferenciación por la propia convivencia entre los distintos miembros de ese ethos.

De manera que buscamos por lo general aquello que beneficia a los demás, porque biológicamente necesitamos asociarnos con otros y puesto que no deseamos su rechazo, localizamos un cuerpo normativo basado en alejarse del daño propio y ajeno y lo propio con el acercamiento o aprobación de las actitudes conducentes a la mejora y ayuda de nuestros semejantes.

En casi cualquier sociedad o tribu se discrimina la ofensa, el robo y violencia no justificada contra los integrantes de la misma y se cuenta con un sistema de valores para con la aldea, los cuales conforman un corpus común de pertenencia a la misma. Por tanto, pese a que el bien y el mal no se hallan en la naturaleza como expusieron Spinoza y Nietzsche, al no ser objetos, sino ideas y por tanto fruto de la acción y causa humana y la valoración a posteriori a cargo de la mente.

Encontramos semejanzas elementales en lo tocante al elogio de determinadas conductas humanitarias y filantrópicas, y en la cara opuesta el desprecio o discriminación de aquellas insensibles con los demás, caso de la psicopatía o egoísmos desmedidos, los cuales pese a ser configurados por la norma social contextual o representativa de una cultura concreta, albergan un nexo universal en el mentado aprecio por el bienestar de los individuos y el reproche cuando se les hiere o ataca injustificadamente-sin agravio previo, insulto y atropello o abuso cualquiera y reacción defensiva excusante de esa respuesta agresiva. En su lugar, se manifiestan las condenadas violencia e indiferencia con el otro—inhumanidad—, que mejor ejemplo de esto que la enseñanza y hasta imperativo moral kantiano : "No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti".

Y si por contra hay mayor vínculo o respeto entre los elementos que participan en el ethos particular, dentro de ese ethos residen unos principios elementales para diferenciar lo justo de lo injusto e implantar justicia, evitándose la desintegración de la sociedad en cuestión y posibilitando su prosperidad y avance en múltiples aspectos: intelectuales, artísticos, sociales, políticos, económicos, etc

¿Qué sentido tendría todo el sistema estructural si se aceptase que la tiranía fuese la moneda de funcionamiento político? ¿cómo evocar imágenes artísticas si estas se regodean macabramente en el sufrimiento de los individuos? ¿qué sistema económico sería validado con la desigualdad absoluta por bandera y nada más que unas pocas personas tuviesen acceso a recursos para no fallecer de hambre? ¿se podría contener una revuelta sangrienta en la comunidad?

Desde luego, en algún punto se sucederían insurrecciones y guerras que asolarían la huella de la comunidad en el planeta. En síntesis, el bien y el mal, aunque constructos subjetivos en cuanto a los significados y su situacionalidad—moral situacional y las condiciones variantes—, son necesarios convencionalmente, por acuerdo para garantizar la subsistencia de nuestra especie.

La fuerza recíproca de la sensibilidad

La fuerza de la sensibilidad precisa de una fuerza de igual grado para su reconocimiento y goce. Tal es la razón de que muchos individuos dotados de alta sensibilidad no reciban en otras personas la intensidad que ellos produjeran en primer término, dando como resultado el reflejo de una luz bastante apagada y evitando con ello el agrado y consecuente apartamiento de los primeros hacia los segundos. Las estrellas, antropomórficamente hablando—desde la concepción o representación humana al imaginar la situación—, anhelan un destello similar al suyo y que haga despertar la conciencia de hallarse conjuntas en el sombrío cielo [la existencia]. Tal cosa sucede con la sensibilidad humana y la habilidad de fusionarse lumínicamente, afectiva-pasionalmente con el resto de seres externos a la conciencia propia.

Pero no solamente la elevada sensibilidad nombrada atañe al aprecio de aquella similar, también la moral de cada cual se ve recompensada o repudiada conforme el nivel de radiación lumínica crece o decrece en comparación con los sistemas ajenos. Tal parece ser la causa de la empatía, la afinidad con la racionalidad del individuo—esa necesaria referencia al Yo mencionada por David Hume donde gracias a la imaginación se torne vivaz la idea de los sentimientos y pensamientos ajenos, convirtiéndolos en una impresión, una fuerte pasión y haciendo que me afecten, simulando su estado en el mío, por ejemplo al pensar en la enfermedad de un amigo o un familiar suyo—.

De ahí la subjetividad que dificulta y envuelve a la misma [la empatía] para expresarse, atravesada por las infinitas circunstancias asaltantes en aquel [el individuo]. Citando a Ortega y Gasset: "Yo soy yo y mis circunstancias y si no se salvan ellas, no me salvo yo". Incluso, como antecedente condicionante de todas ellas—la moralidad y la alta sensibilidad— y sin restar peso a las condiciones ambientales, reposaría la alta capacidad intelectual y sus variables cuantitativas y cualitativas.

jueves, 25 de junio de 2020

De entrada, hay mucha gente que objeta que el bien y el mal, incluso en sus intermedias tonalidades de grises, deberían ubicarse por encima de la ideología política particular y aquellas opiniones cargadas de mero sentimiento, en lo alusivo al rigor conferido a los juicios morales; válidos o inválidos si se acercan o desmarcan de la línea de mi bandera, escudo o equipo futbolístico, en lo tocante a mis ideas políticas y el gobierno de los países.

La cuestión principal es ¿hay alguien capaz de dejar fuera sus afinidades partidistas e ideológicas y reconocer/admitir las equivocaciones de su color o bando político? ¿o estamos condenados a excusar todas sus decisiones, no importa lo desastrosas o desacertadas que resulten estas? ¿cabe escapar de la parcialidad/polarización? ¿por qué hay personas que siguen apoyando un partido bien por el nombre o identidad de este, aunque los integren personas de conducta reprobable? ¿acaso no disponemos de la posibilidad de aislar al sujeto político gobernante de las ideas de la agrupación? ¿y si los representantes en el poder o en la oposición las están mancillando con sus decisiones-acciones?

Metámonos bien esto en la mollera los homo ¿sapiens? Ni las derechas, izquierdas, arribas y abajos son perfectos ni tienen la última palabra, porque la imperfección es una condición humana y la política es una actividad propiamente humana. Quizá este ojo de águila captador de ángulos-perspectivas varios sea una utopía y el ángulo de percepción sea más agudo, geométricamente, de lo que imaginamos.

Tal vez, en el fondo de este asunto de vínculos o gustos políticos subyace, como me dijo una muy buena amiga, el deseo de pertenencia a una asociación con la que conectar y sentirse parte de una tribu o manada y en parte compensar posibles carencias afectivas o de otro calado. Pese a ese individualismo y carácter asocial de nuestra era, los sujetos necesitan de los otros, ya sea en grupos de redes sociales, foros de discusión o dialogar mediante whatsaap. De lo que apenas cabe duda, es de que la comunicación humana, por su semántica y etimología, está bien lejos de ser solipsista o inexistente para con otras existencias, los demás.

miércoles, 24 de junio de 2020

El suicidio es en realidad un acto tremendamente racional. Hay que pensar y decidir cómo y cuándo se va a marchar uno, y por supuesto de la manera más indolora posible. Un hombre sin razones sucumbe al absurdo y pone fin a su vida, pero uno carente por entero de pasiones; la ausencia del sistema de emergencia, apenas espera a que la sensación del absurdo le sobrevenga. Por eso en la existencia las pasiones acaban ganando la batalla ¿cómo amar y valorar la vida si se está exento de pasión?

martes, 23 de junio de 2020

Me he dado cuenta de que hay que acudir a lo banal para hallar la trascendencia porque la trascendencia jamás tiene suficiente. Mediante la intrascendencia engañamos al perfeccionismo y nos olvidamos de los centenares de problemas que nos inquietan. No hace falta más que admirar las estrellas, perderse en su objeto y olvidarse de cualquier asunto. Esto ya lo planteaba Schopenhauer en la estética y por supuesto es uno de los propósitos del budismo e hinduismo: dejar atrás el sufrimiento liberándonos del ego ¿sabéis que es el ego? La razón.
La felicidad es la hechizante y complicada promesa en la mente de un sublime y embriagador placer futuro, y que nos arranque de golpe la angustia por existir y no saber bien para qué.

La pasión y la insustancial plenitud existencial.

Cuando el mundo se torna insignificante para el individuo ante la destrucción de la idea metafísica de "esencia", en recompensa este debe aprender a apreciar los pequeños detalles, como un policromado arcoíris en mitad del día lluvioso. Claro que antes es tarea, nada sencilla además, asumir que uno es el productor de miel de su colmena: el existir propio ¿cuántos panales vacíos no se cuentan en el planeta, por aguardar a que se llenen de dulce contenido por causas ajenas al cometido personal?

Ya Kant anunció en el prólogo de la "Crítica de la Razón Pura", que "la razón humana se atormenta por preguntas que no puede dejar de formular ni resolver". Dejemos la razón para otros menesteres. Precisamente, en lo tocante a la cuestión existencial, hay que posar la mirada en la vívida pasión, pasajera sí, pero reparadora mientras dura el plácido sortilegio. Se trata de ir a la caza de motivos, excitaciones, aficiones, fogonazos... cual encandilante relámpago en una furibunda tormenta y que hagan de la vida, desde su insustancialidad, algo humanamente trascendente.
El ser humano deberá lidiar hasta el fin de sus días con la paradoja de la libertad. Conforme aumenta el grado de la misma, crece a su vez el lado oscuro de su concepto opuesto. De ahí que el equilibrio de una [la libertad] en la responsabilidad, es la contención de su antítesis totalitaria y sectaria; el atropello y pisoteo del otro a cualquier precio, con la autoría y pretexto del egoísmo individualista y depredador o de las ahogantes multitudes donde fenece la identidad propia.

lunes, 22 de junio de 2020

El sentido de vivir no es averiguado ni brindado por la razón, sino por impulsos ficticios cerebrales. Vanos espejismos que alimentan la fantasía ¿por qué iba, movido por la razón, un escalador a arriesgar su vida ascendiendo una cumbre peligrosa, si analiza la estadística en su contra? No sube allí en términos lógicos para morir, sino para emotivamente vivir. La adrenalina es su fantasía. Si se le arrebatase esta y otra serie de sustancias bioquímicas, se plantearía la idea del suicidio y sin necesidad de salir de su morada. Dicha idea, si se piensa bien, es terriblemente racional. Por fortuna, la vida es en el trasfondo entendida en parámetros no racionales. De lo contrario, hace tiempo que habríamos sucumbido a la angustia de la nada por ausencia de razones.

domingo, 21 de junio de 2020

El solsticio de verano aterrizó, pero yo no registro sensorialmente que estemos en una nueva estación. Cierto que todavía nos hallamos en pleno inicio, empero, guardo remembranza de otros veintiprimeros de junio y donde en algún lugar de mis entrañas, se alzaba una exaltación e incluso cierto nerviosismo infantil, análogo a aquel asaltado la noche previa a una excursión escolar, que mi cerebro archivaba. A día presente, esa ilusión es un arenoso valle.

Años atrás, la adrenalina me embriagaba al pensar en la categoría verano y sus cualidades o atributos indeterminados, nouménicos que no podía de ningún modo yo preveer ni tampoco conocer. Me ofrecían entonces, nada más llegar la "época de sol y playa", una sed de promesas y aventuras pensables, como la libertad que mencionaba Kant en su "Razón Práctica". Ya no sucede tal fenómeno. No. Actualmente, el verano es juzgado por el entendimiento como semántica-significado- intrascendente. 90 días más en el calendario anual y la obligación de localizar las correspondientes dosis de entretenimiento-tiempo de ocio- con objeto de no enfermar ante la repetición de jornadas, homomórficamente, [idéntica forma] insustanciales.

Juicio lógico: La trascendentalidad es una mentira de la imaginación. El sujeto no percibe universalmente y necesariamente los objetos de igual modo, como un servidor no capta el verano con el entusiasmo de 365 en retroceso. El eterno retorno nietzscheano pareciera ser una certeza. Regreso a esta línea temporal, mas ya no soy el mismo ¿o si lo soy? Permanece el recuerdo de un ayer que conecta con el ahora—asociacion de ideas [pasar de una idea a otra] lo denominó Hume, síntesis de apercepción pura la bautizó Kant. La conciencia, el sentido interno del tiempo, las sucesiones. Hay un yo lógico que organiza la diversidad y pese a todo el cambio, sabe que es—, aunque el desplazamiento de las masas de aire, como el río de Heráclito, ha transformado sus aguas.

domingo, 14 de junio de 2020

POEMA

POEMA

Hoy me levanté 
Y por vez primera 
En lagunas atemporales 
No me anegué

Consciente del absurdo  
Sorbo el café 
Dopamina intrusa  
Fórmula C8H11NO2
Bioquímica  
Fugaz felicidad

Abro las páginas de un libro al azar 
Contemplo desde la ventana el desnudo paisaje  
Penetro en las espumosas olas de la realidad  

Me maravillo de la instantánea operación cerebral-corporal  
Partera que alumbra el fantasmal orden 
Nada con significado existe allende la retina y el dato sensorial 

No me volveré a preocupar   
Por la ausencia de sentido en esta obra teatral
Como dijo el sabio cuervo de Poe
¡Nunca más!

jueves, 11 de junio de 2020

Todo aquel que se adentre en la filosofía debe estar dispuesto a colocar una afilada astilla en su cráneo. Es el sufrimiento pagado por el deseo de saber y dialogar con los enigmas e inquietudes del universo humano. Cada acto de preguntarse no hace sino acrecentar la molestia, y la mentada angustia se agiganta, al no localizar las esperadas respuestas a las grandes cuestiones existenciales. Finalmente, uno acepta que el malestar mengua cuando se integra la indeterminación en la vida y se habita con ella. A lo sumo, se despejarán algunas de las piedras comprendiendo que muchos senderos permanecerán siempre ignotos. Y mientras, uno hace lo que medianamente puede: vivir, que ya es bastante.

martes, 9 de junio de 2020

Cuando una impresión se abstrae en forma de idea abstracta, se comete el error de creer que la última precede a la primera recepción. Debido a que automatizamos o normalizamos las emociones y conductas, creemos falazmente que antes de sentir tiene lugar cualquier reflexión, cuando resulta que es del todo imposible pensar algo que nos resulte del todo indiferente, es decir no verse el individuo afectado o sentido por esa idea en cuestión. La cuestión está en que sentimos y en segundos el pensamiento da cuenta a la conciencia del dolor. Ejemplo: Cuando nos fracturamos una articulación y pasan unos breves instantes hasta que el cerebro recibe la sensación del dolor. Ignoraríamos que se ha producido dicha rotura de no ser por el sentir. Ninguna idea sobreviene si purgamos al placer y el dolor de los fundamentos de las acciones y pensamientos humanos. 
El epistemólogo genético, biólogo y psicólogo suizo Jean Piaget rebatió la tesis kantiana de unas categorías a priori preestablecidas sin aprendizaje o experimentación. Piaget aduce y prueba que si bien nacemos con una estructuras previas-llorar, chuparse el dedo y agarrar objetos, el resto de categorías se construyen interactuando con los objetos-sujetos del entorno. Las ideas o respuestas fisiológicas que traemos equipados/incorporados precisan de estímulos y excitaciones. Por supuesto estas van de la concreción a la abstracción, de acuerdo con diferentes etapas o estadios y su configuración de las estructuras mentales para percibir y entender la realidad circundante. Pese a ello, contemporáneamente persiste ese kantismo innatista, especialmente con la incursión de la teoría de la gramática universal chomskiana y la desatención del ambiente en la producción y creación del lenguaje en los niños.

domingo, 7 de junio de 2020

En línea opuesta a esta extraña era de neorromanticismo racionalista [aunque después se contradice y abrazan su antítesis dionisiaca caótica] misantrópico, robótico o amante de las máquinas-computación y su concepción puramente lógica. La emoción y sentimiento, mal que les pese a algunos, están presentes en todas las personas. Lo que varía es la intensidad de los mismos, como en una gradación cromática y sus escalas particulares derivadas. Hay quienes destacan y en su espectro se pronuncian, afectivamente, en gamas más cálidas cercanas a los laveantes y soleados rojos y naranjas, tonos intermedios de oxigenados, asilvestrados y bucólicos verdes. Luego se hallan aquellos más próximos a los templados azules y violetas, lo que no suprime en los últimos su aparato afectivo, sino que se proyecta y percibe de distinta forma su longitud de onda.

Además, en algunos escenarios los cromatismos más fogosos se enfrían y viceversa. Bien es sabido que una persona, generalmente sosegada y con estudiado ojo clínico, puede disponer de un explosivo genio al enojarse o que un individuo, por lo común tímido, silencioso e introvertido, pase en la intimidad del dormitorio o en los momentos de estancia con su pareja, y en función de la confianza, a ser un vehemente y locuaz amante y compañero.

De la misma manera, un sujeto, frecuentemente nervioso e impetuoso, cabe que calme su ánimo cuando pinta un cuadro o toca un instrumento y entre en un estado zen, alcanzando una paz a la vista mayor que la de cualquier monje dedicado durante años al arte de la meditación ¿Y qué decir del conocido o amigo amante del riesgo y la aventura, pero que casi siempre se echa atrás ante alguna oferta o nueva empresa, a tenor de fobias y conflictos no resueltos en ese plano—inseguro en ese terreno—? Todo está en función de las demandas y tranquilidad o forzamiento de las respuestas ambientales.

Dicho de otro modo, nadie es absolutamente una prendida llama, una fresca hoja de hierba, un diamantado poliedro de hielo azulado y un inconsolable jardín seco. Somos afectivamente una interfaz; un policromado canal en movimiento de tintas amalgamadas.