lunes, 2 de marzo de 2020

Gritaba narrativamente Albert Camus, en su célebre libro "El hombre rebelde": "Me rebelo luego existo". En efecto, la resistencia, ese no atávico, trae consigo una materialización de la específica, luego particular condición humana. Este "disiento luego existo", adquiere unas raíces más profundas que las de la mera oposición u objeción a la tiranía, opresión y cualquier forma de injusticia, encarnada en la norma, un amo o la figura de Dios.

La discordancia, (la différance—diferir—que diría Jacques Derrida o el ser para sí—antítesis—hegeliano) es condición sine qua non para la existencia. Difícilmente, puede admitirse la concordancia en todas las partes. La concordancia in extremis desembocaría en una claustrofobia, junto a una dictadura del yo (el sujeto) respecto de las alteridades y viceversa, de manera que resultaría quimérica, harta imposible, la diferenciación de y entre los conjuntos y subconjuntos de los diferentes sistemas y clases.

La naturaleza precisa, por parte de la conciencia, de la negación y separación, la fisión o categorización—Un punto para Kant—. El todo ahoga, análogamente, a la desesperación entrañada por la nada. El todo y la nada son noúmenos (cosas en sí, intuiciones inteligibles) y por ello no cabe su entendimiento. De ahí, la urgente necesidad de la no convergencia y la reafirmación de ese clamor de diferenciación o reinvindicación autónoma del yo y las otredades.

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