jueves, 31 de octubre de 2019

La apertura de un libro bien urdido y el vasto mundo externo se para en seco. Bueno, lo cierto es que no te importa demasiado que acontecimientos se suceden en él. Degustas un cremoso y tostado café, al tiempo que el ínfimo espacio que ocupas cobra lo que a ti te basta de la realidad; no guardar relación con ninguna cosa ubicada más allá de tu "horizonte de sucesos" actual: el pasatiempo y buceo en la lectura, junto la despreocupación brindada por los centilitros de gasolina cafeinada arrojados, proyectados hacia el recipiente anteriormente vácuo. El resto es paja nouménica (cosa en sí, algo no conocido. En mi caso, que no le sale de sus posaderas serlo), empleando el argot filosófico de Kant.

Lo expuesto en el párrafo superior, es algo sin duda análogo a la desconsiderada expulsión del individuo a la existencia, con ausencia de consultarle al mismo, al momento de formarse en el útero, si le apetecería asumirla u optaría por permanecer indefinidamente en la invisibilidad del éter. Desde luego, tampoco pidieron permiso a la taza dispuesta delante mío, acerca de si quería verse inundada por un huésped líquido no elegido.

Lo extraño invade todo el rato lo familiar-conocido. Hasta el relato, que están bebiendo los sentidos, es en cierto modo un intruso de cara a mis esquemas y opiniones asentadas. En medio de toda esta amalgama alienígena en plena atmósfera terrestre__en un escenario que debiera ser de sobra cómodo y habitual__yo mismo adquiero los trazos de una figura abstracta, indefinida y extranjera en el ámbito hogareño.

miércoles, 30 de octubre de 2019

En el ignoto y ridículo rumbo que sigue el mundo, me siento fuera de escena, un individuo sobrante. Ya hace un tiempo, unos cuantos meses, en que en el transcurso de mi paseo por el entorno urbano, la sensación asaltante es la de auto-localizarme en otro plano dimensional o físico, desenfocado por entero de la lente de la realidad.
Las furibundas ráfagas de viento rebotan contra la impertérrita piel, a modo de derrotadas gotas de fría lluvia impactando en una opaca estructura metalizada. La sombra de mis ojos negros proyecta un ingente e insondable bache, dibujado allí donde debe situarse el ritmo de mis pasos.
En cuanto al cuerpo, éste adquiere un peso cadavérico__con el aliciente de que la carne sin vida estuviese mojada__y lo arrastro, tal que si cargase una pesada roca quebrándome macabramente los huesos.
Las siluetas humanas, que diviso en derredor, se transforman en maniquíes con un motor instalado. Funcionan mecánicamente, mas ni siquiera ellos saben por qué puñetas ejecutan el movimiento, ni tampoco la razón de empaquetarse en una anodina rutina, esquilmante de cualquier atisbo de alegría. Dichas sensaciones modelan una estación de tristeza atrapante, apegada a las paredes del invernal corazón y con vistas a no hibernar.
—¿Por qué os esforzáis por ejercitar la mandíbula con objeto de contentar a quienes no os devuelven el gesto? ¿qué os empuja a fingir autocomplacencia?
J.B.B

Reflexión del día: ¿Qué es la creatividad?

La creatividad consiste en captar más formas y colores en los conceptos, sensaciones e ideas y conferirles tonalidades, matices y significados distintos a los albergados hasta entonces. No se descubre el Mediterráneo, sino que se le imprime otra mirada, personalizándolo. Es decir, haciendo propia y con ello innovadora la imagen de esa masa de agua. Y es que la creatividad tiene que mucho que ver con el sello personal, único, de cada quién. Ahí reviste la belleza de la identidad. Lo gracioso, es que después no se advierte como especifica la ocurrencia. Luce como una categoría de cualquier ser humano, porque todos nos vemos representados en la reinvención de ese lenguaje. A fin de cuentas, somos lenguaje y éste la mayor parte de las veces nos supera. El silencio de la creación es el eco de la comunión entre las personas, solo que no caemos en ello casi nunca. En el instante en que el objeto ha sido entregado, es cuando el ruido de las emociones confirma esa profunda ligazón con una parte nuestra que ignorábamos.

martes, 1 de octubre de 2019

Cada letra que dejo con mi pluma acostumbra a evocar una astilla clavada en la memoria. Las vivencias  incrustadas son lastimosas, pero también se cuentan aquellas placenteras, pese a que la nívea espuma temporal de las primeras resulta más espesa, frente la tímida y volátil caricia de los instantes atesorados.

Es por ello que el recuerdo de los días lacrimógenos empapa más la substancia del texto y concede el peso protagonista a los sentimientos con los que el lector se cruza, cual tarde parisina lluviosa. Bajo el telón celeste nacarado, las policromáticas luciérnagas de la ciudad prenden la nebulosa estampa. Las contemplamos a través de los húmedos ventanales, al son del repiqueteo de las gotas, en una resguardada y solitaria cafetería de escasa clientela prestando oído a un nostálgico blues; metáfora de las coetáneas  derrotadas notas del corazón: El retrato de un ambiente bohemio.

De este modo, con ese "perfume del norte europeo"—vástago de Bohemia—, tiende a engalanarse gran parte de la literatura, por lo menos es una característica de la mía, máxime en la estación de los hermosos tonos terrosos tintados en la hojarasca, la vuelta de las golondrinas, su jugueteo con el cortante viento y el vendimiar. La recolecta del revitalizante y caldeado vino previamente al azote de las implacables heladas; el marchitamiento y despedida del festejo en la naturaleza, con fantasmales noches hasta recibir el germinante llanto de la neonata primavera.

J.B.B