sábado, 8 de abril de 2017

MICRORRELATO IV

Sin lugar a dudas estudiar medicina entraba en la lista de sueños rotos de Charlie. Adoraba el ámbito clínico, impulsado por el deseo de sanar cualquier malestar que padezca la vulnerable anatomía y así no sentirse vacío, con un insondable agujero de tristeza en sus adentros. 
En el caso de tomar la delicada y a la vez necesaria decisión de convertirse en un futuro medico, mantendría concentradas sus energías en curar las angustias y llantos del cuerpo, amargo carbón de reyes que la naturaleza regala. 
Por desgracia, él conocía de primera mano la crueldad con la que la enfermedad lanza un virulento ataque a las defensas y anticuerpos, punzadas de dolor en el paciente y acompañante. 
El año anterior su madre había sucumbido al cáncer tras duros meses de lucha, mostrando una resistencia y vigor propios de una campeona de los pesos pesados y la valentía de Ahab al hacer frente a Mobie Dick, la ballena blanca asesina.
Debía decantarse de una vez y comenzar su formación, encarando sus deficits con los números y el cálculo para alcanzar la meta. Aparte, cursar esa especialidad constituía una forma de vengar a su madre y a tantas almas que perecen a manos de aquel descomunal monstruo devorador de la atesoradísima salud. 
Después de meditar largo tiempo el asunto dio un paso hacia delante, estaba convencido. Imitaría al viejo capitan ballenero de la obra de Melville y se adentraría en aguas tempestuosas y procelosas para descubrir, disparar un potente antídoto, arpón que se hunda en el glacial corazón del carnicero, intruso y macabro ser. 
Jorge Beautell Bento
08/04/2017