martes, 3 de marzo de 2020

Costosamente empatiza uno con los demás, cuando no se le ha tratado como un semejante durante gran parte de su curso biográfico —¡¡¡cuántos años fui advertido como un bicho raro, casi un despojo para el prójimo!!! ¿y de qué manera pretendían que yo correspondiera afectuosamente con el desafecto?

¿Acaso me habrán tomado por masoquista o la criatura inhumana—categoría adherida a mi ser, con el arte de la perversidad de quienes ignoran su propia identidad humana—, por lo que ajena se les antoja la pertenencia a la misma especie de cualquier ser que gime, ríe y se agita con sentimientos de temor y esperanza?

Todavía desconocen que, la promulgada igualdad de miras retroyectivas (se queda en su grupo seleccionado, nada más), es un insulto a la diferencia. La conciencia debe mirar y atender la diferencia, la otredad (ipseidad), con objeto de reconocerse e integrarla en la mismidad. Nuevamente, nos desplazamos en un contexto normativo alusivo a la definición de normalidad, a tenor de las normas ¿no advierten la tremenda contradicción de nombrar la inmoralidad en las sagradas normas de aprobación y desaprobación de las conductas? ¿cómo construimos al otro?

La no discriminación trae consigo imponerse a las bases del comportamiento evolutivo social, el deseo de ser aceptados ¿y quiénes no se burlaron o atacaron alguna vez al compañero o conocido, al identificado como distinto o no normativo sin dignarse siquiera a conocerle, con ánimo de encajar y no ser ellos mismos nombrados "parias" o inadaptados?

La moralidad litigia con el prestigio social. Si usáramos más el coco, aparte de mantener una autoestima equilibrada con efecto de no ceder al narcisismo demandante, mandaríamos al cuerno las opiniones ajenas y seríamos menos hipócritas y más humanos. Gran parte del tiempo, dedicado a reflexionar acerca de estas cuestiones, estimo que albergamos esa categoría, la de humanos, por simple pedantería u adorno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario