viernes, 3 de marzo de 2017

EL AMARGO TRAGO DE LA EXPERIENCIA: ¿PUEDEN BORRARLO LAS TERAPIAS PSICOLÓGICAS?


Mi aversión hacia las abejas, avispas y demás insectos provistos de aguijón, tiene su génesis como sucede con todas las fobias en la experiencia de haber sufrido en la niñez un picotazo de uno de estos insectos voladores. Concretamente, de la recolectora de miel que encarnaba el personaje de Maya en la célebre serie animada infantil.

El malestar acompañado de un estado de constante alerta, me sobreviene siempre que paseo junto a jardines y zonas con flores por donde pululan estos molestos inquilinos y escucho el zumbido que anuncia su paso.

Imagino que igual que pasa con el resto de animales, mi miedo es detectado por los miembros abejiles y sus congéneres alados, dado que al divisar mi figura se abalanzan sobre mí como proyectiles, tal que si yo fuera una flor que polinizar o estuviese todo cubierto de dulce miel.

Hoy mismo, me las tuve que ver con uno de estos insectos y libramos un cruento combate, yo a manotazo limpio, esquivando sus rápidas estocadas de espadachin experto, y ella sorteándolos con la elegancia de una bailarina de ballet ruso, al tiempo que blandía su letal pincho dirigido hacia mi desprotegida piel.

Afortunadamente, la batalla quedó en empate y ambos salimos vencedores o mejor dicho airosos, sin un rasguño, por lo que me libré de experimentar de nuevo el recuerdo que aún guardo en la memoria de aquella implacable abeja hundiendo lentamente su potente aguijón en la fina e inocente carne, de manera similar a una inyección colocada por una enfermera o enfermero inexpertos, o de esos con malos humos que disfrutan torturando a sus pobres pacientes, ganándose una mala reputación en el gremio.

La alta sensibilidad ante los sonidos externos es otra causa de mi reacción defensiva, sobrepasando quizá la medida evolutiva de la que nos valemos las especies para preservarnos, es cierto. No obstante, el reflejo de salir huyendo o espantar a estos invitados no deseados con la mano, es producto de seguro de esa vivencia del pasado.

No albergo ninguna duda acerca de que la experiencia en efecto, es la madre de todas las cosas que nos afligen, encantan, atemorizan, provocan recelo, encandilan y alientan el ánimo.

Supongo que los interrogantes que se proyectan a tenor de lo contado son los que siguen:

¿Es posible tomar el control de estas actitudes inconscientes que se ponen en marcha con objeto de prevenir el peligro?

Las terapias psicológicas viven de eso.

Sin embargo ¿cuál es la efectividad de los tratamientos? ¿cabe realmente el acceso a la raíz del trauma y ponerle una solución final?

¿Llegará el día en que durante la estación primaveral y estival camine despreocupado_sin percibirme como una presa de caza_ por prados y zonas silvestres colmadas de insectos armados biológicamente con puntiagudas agujas?

Jorge Beautell Bento

02/03/2017

No hay comentarios:

Publicar un comentario