lunes, 8 de agosto de 2022

La vida en absoluto es sueño.

Los días alegres se nos antojan sueños, dulces delirios nocturnos. Estos días suelen ser escasos, por eso a mi entender la vida no es sueño en absoluto, en tanto que el dolor acostumbra a ser la sensación que nos cubre y de la que huimos a todas horas. La vida es símilar al caramelo de limón, ácida y con diminutos toques dulces. Este pequeño dulzor comprende el sueño que tratamos de capturar. Queremos soñar, necesitamos soñar y escapar del vivir. En el fondo ansiamos lo metafísico, lo ajeno al dolor en un océano de calma y plenitud, casi como una meditación, un detenerse. A la contra, la vida anula este sueño. Es lo físico, lo real, el dolor. La muerte inacabada es nuestro sueño metafísico. 

Pero lo contradictorio es que la gente liga lo físico con el placer y estiman que ese placer no traerá malestar y se encaminan a una vorágine de placer infinito que les acaba por consumir y engullir como si fuesen espectros danzando por un cementerio, donde ya ni les satisfacen siquiera los estímulos, como los piratas malditos de la primera cinta de Piratas del Caribe. 

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