domingo, 1 de noviembre de 2020

 Difícilmente se puede hablar de responsabilidad cuando el exceso se vuelve hábito y el placer enamorado de su efigie consume cualquier conciencia respecto de las consecuencias de las acciones. Los desmadres no saben cuando detenerse por su propia condición desmedida y dilatan su actitud a toda esfera de vida humana erigiéndose tumbas de los conceptos templanza y prudencia ¿qué sociedad logra subsistir en dicho estilo de vida  tododionisiaco? 

Yo os lo diré. Le esperan habitantes perezosos, flatulentos, maleducados, dados a buscar chicas de compañía, incapaces de interpretar ningún texto ni albergar juicio y discernimiento ¿y qué juicio puede derivarse del botellón traspasado al ámbito del conocer, con cada uno de los interlocutores soltando paridas e improperios en torno a cuestiones de actualidad y limada toda clase de seriedad e involucración, sentido de pertenencia al asunto? En su lugar, lo divisan cuales juerguistas vocingleros, canturreando lo que habrán oído en algún programucho televisivo o alguna gaceta que les captó fácilmente cuales adeptos a una secta. No hacen falta iglesias para manipular. La religión no es fallo gordo en este apartado, sino cualquier doctrina emergente de X partido que rompe con la cualidad en el ciudadano de participar y argumentar, razonar y contribuir activamente o los alienta a la división, el guerrerar y sacar la mala sangre. 

No, este dionisiaconismo posmoderno nos está abocando a despreciar el logos, primero porque ni sabremos qué puñetas es, le temeremos supersticiosamente al propio conocimiento, una pose de incultura absolutizada en su relativización del mal de ser un tarambana y no disponer de más capacidad de conversación que aludir a los goles metidos por el equipo del deporte rey y los líos de faldas de algún tertuliano de la caja tonta, empero, prosigan con la defensa de la autodestrucción nihilista de ese mandarlo todo a tomar viento y entrar en dependencia de sustancias lobotomizantes del raciocinio y la lucidez mínimas;  entregarse al puro vicio y la ruina, estimados transvalorativamentes como virtud y andar con el mismo cuento de que la violencia y odio reinantes tienen su causa en la falta de libertinaje. 

De esta forma obra la anarquía y su veneno. Todo se permite y nada es incorrecto, salvo cuando una persona quiere poner algo de orden en ese caos romántico. Es la ocasión perfecta para crucificarlo y cantarle vivas en su deseado entierro, porque su evasión por conveniencia de la realidad, esos constructos tan inofensivos y revolucionarios al ojo, les hicieron obviar que proteger unos principios comunes y pacíficos y no habitar en los infiernos, en la corrupción y putrefacción de los valores como un tétrico retrato de Dorian Grey, es la única receta para seguir elaborando el libro de perpetuidad de nuestra especie. Demasiado ensimismados viven esos grupos en ser los autores de "La involución de la especie".

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