domingo, 8 de noviembre de 2020

 Hemos pasado del versículo de Juan en la Biblia del Génesis «En el principio era el Verbo—la palabra, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios» a "nunca hubo principio, el verbo atañente a Dios en sentido no estrictamente religioso como la Naturaleza, Universo o alguna clase de verdad es falso, y la verdad que da forma arbitraria y artísticamente a la realidad se llama "hombre". Dicho de otro modo, el hombre ha creado  el principio y la verdad sin servirse de una ontología o ser de las cosas compartido. Luego llegamos al punto de aseverar tautológicamente que el lenguaje no enuncia o refleja ninguna verdad objetiva acerca del mundo común. Al recuerdo de lo similar, la familiaridad, las enseñanzas de valores buenos y necesarios para las tribus o grupos lo tildamos de religión, mito y superstición.  Y apoyados en semejante desvarío cabalgamos sin tregua hacia nuestra lápida en solitario, pues el hombre se ha descompuesto en la singularidad y ningún órgano le vincula con el resto de hombres, tal que si se hubiese, a machetazo limpio, separado el corazón de los pulmones, estómago, los intestinos, el cerebro y resto de órganos y partes, agonizando cada cual en su loca huída del organismo que le hacía ser-existir. No visualiza la vasta hemorragia que deja tras de sí, sino que toma el lacerante corte por emancipación y su angustia queda definida durante el resto de su vida como inevitable padecimiento.

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