miércoles, 7 de octubre de 2020

Una máquina no puede amar, porque para ello debería poder sufrir. Por más que se programe o inserten algoritmos llamados amor y que simulen acciones afectivas, no hay química para despertar ese sentimiento ni el dolor. Al final, es la química la que nos distingue de los organismos cibernéticos, y la que despierta los sentimientos más puros y hermosos de nuestra especie, pero también los más amenazantes y destructivos. Somos plurivalencia. Ese es el polinomio que, paradójicamente, el código binario y matemático computacional de la robótica no es capaz de producir.

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