jueves, 8 de octubre de 2020

ARISTÓTELES, EL Covid 19 Y LA EDUCACIÓN CÍVICA

 Hoy me he despertado aristotélico. El filósofo Aristóteles nos recordaba en su "Ética a Nicómaco" que practicásemos más la virtud, como el músico citarista perfecciona cada día el toque de su citara. Si el hombre entrena la virtud, mejoraría su ser. La virtud reside en el hábito, en la vida práctica cotidiana de las costumbres para con nosotros y los demás. Habitamos una comunidad, con un ethos común o valores compartidos y asociacionismo entre sus integrantes, caso de la vecindad. 

Con la llegada de la pandemia, este alejamiento del otro se ha acelerado más aún. Hemos perdido de vista ese sentimiento de vínculo con los demás ciudadanos de nuestra polis. Si antes no saludábamos a la gente en la calle por las mañanas, ahora tomándonos como infectados o enfermos, mucho menos. La tecnología de carácter autista [aislamiento de lo de fuera, como esos cascos en los oídos al entrar en los autobuses o el teclear escapista del móvil] también ha conducido a ignorar la buena o mala ventura de las personas con residencia cercana a la nuestra, la homeostasis—regulación, el equilibrio  de la vida urbana y sus distintos procesos—la calle y el movimiento por sus aceras y calzadas, los ruidos del ajetreo compartido; ese bar frecuentado y cuyo dueño siempre deseaba, tras pedir un café, una agradable jornada, con esa sonrisa amistosa y de consuelo ante los posibles embates y sorpresas desagradables del porvenir a corto plazo. A él se unían quienes se sentaban en la barra de la conocida cafetería, los demás vecinos del barrio, con sus clásicos comentarios al escuchar las noticias en el televisor y sus manías tan propias, y hasta pintorescas. 

Tampoco visitábamos, desde el estallido de la revolución tecnológica-digital, a quien vive en la casa de enfrente para saber cómo se encuentra. No nos preocupábamos por su salud ni su situación. Actualmente, en esta ideosincracía hiper individualista, ni se nos pasa por la cabeza llamar a su puerta, en tanto que su salud es conectada inmediatamente, a manos del sistema psíquico, con la enfermedad, cual leproso que ni siquiera merece dirigirle una mirada o llamarle por teléfono para preguntar simplemente por un cálido —¿cómo estás? Evitamos por supuesto ayudar a una anciana a cruzar la calzada, irle a comprar a un vecino enfermo...No nos incumbe. Todo este ethos, el vínculo, se quebró desde mucho antes. Varios años ya. 

El virus no se limita a la biología o ataca exclusivamente a esta. No, el Covid ha traído a las conciencias o puesto de manifiesto que la enfermedad, el mal, la putrefacción, estaba ya instalada con la excelsa destreza técnica de los medios digitales y el tremendo olvido de la educación cívica. Aristóteles dejaba bien claro que los actores debían ser no solamente profesores, sino involucrarse en la enseñanza todos los elementos vivos de la polis en aras de servir de ejemplo y que los niños discutan y debatan formándose nuevas opiniones y preguntas. Es decir, la preocupación en las ciudades, las polis contemporáneas, por que las nuevas generaciones traten a sus semejantes con respeto, solidaridad, amor, generosidad, amistad, justicia, etc. 

Aristóteles mencionaba que en primer término debían educarse las virtudes ligadas al carácter ¿qué es esto sino la educación de las emociones? La gestión de los afectos comprende el núcleo de los futuros valores de los ciudadanos. No cabe el salto a la virtud intelectual de la prudencia, a los términos medios de la razón donde se halla la justicia, si la base de la regulación de las conductas violentas y contraproducentes es inexistente ¿cómo alcanzar juicios propios y obrar con responsabilidad, si las pasiones se hallan descontroladas o se temen y no se manejan adecuadamente? ¿cómo entender que la otra persona es un igual en tales circunstancias? ¿por qué no se transmite a los más jóvenes que hay que tener consideración hacia las personas mayores y prestar auxilio como querríamos que lo hicieran con nosotros? ¿es viable un uso correcto de la libertad, cuando el tigre siempre anda hambriento y no sabe cómo detener sus apetitos y daña a su propia familia?  Imaginemos al sabio Zaratustra de Nietzsche agrediendo a sus amigos animales impasiblemente. El águila no podrá volver a elevarse en libertad, ni la serpiente brindarnos el "eterno eterno". Se nos revolvería el estómago con dicha actitud. 

Hay que tratar de que en esta era digital tan separatista, en todos los sentidos, retornemos a los intermedios, los equilibrios y retomemos la conciencia de ciudadanía. Hace falta una educación donde las pulsiones no se extravíen o nos destruyan y que la ausencia de la expresión corporal—afectiva, los abrazos, las muestras de afectos; la casi nulidad de la empatía afectiva o contagio emocional nos transforme en "Siris", "Alexas" y otros asistentes de dispositivos electrónicos; algoritmos sin alma. Es de nuevo la dialéctica. Las máquinas se humanizan al tiempo que nosotros nos robotizamos. Marx lo adelantó con el "fetichismo de la mercancía". Sentimos apego, excitación casi sexual por las cosas muertas, objetos,  dotándolos de vida, cualidad, mientras nos auto concebimos como una mercancía con valor de cambio, mera relación de intercambio, y tratamos a las personas en dichos términos económicos.

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