jueves, 29 de octubre de 2020

La razón ha sido diseñada por la naturaleza como sabiamente apercibió Kant en "Fundamentación para una metafísica de las costumbres", con objeto de no ser tan dependientes de los instintos e inclinaciones como otros animales y especies. 

El ser humano puede mediante la razón forjar su camino y elegir. Los otros animales albergan razonamientos, aprendizajes  y están capacitados para resolver problemáticas adaptativas y posibilitantes por tanto de su subsistencia, más les está negado el concepto de civilización y forma general del reconocimiento humanos; la congregación entre los mismos miembros de una especie. Tautología: Lo humano no es humano para lo no humano ¿sabe lo no humano que no es humano? ¿cómo llegó a esta conclusión, si no ha sido humano para discernir qué entraña ser un humano?

Y esto dicho en las líneas previas está probado, el que otro animales no se alían sino particularmente y movidos por instintos, y por tanto no disponen de la idea mayúscula de espíritu [geist] o nociones comunes ni de la palabra que les define o hacer ser, la categoría en la traducción humana. Ellos mantendrán las suyas correspondientes, aunque en línea más defensiva y de satisfacción de necesidades básicas, empero, pese a que las bases biológicas son idénticas, los humanos no se quedan ahí y se arrojan a la posibilidad de ser algo que aún no es—imaginar futuros y de ahí que emprendan empresas y proyectos dirigidos a objetivos a corto y largo plazo. 

Una vaca recién nacida es en acto un ternero y en potencia una vaca, mientras que un niño es algo más que un hombre o mujer en la etapa y función evolutiva. De ahí que apartados de juicios normativos respecto de los descriptivos—falacia naturalista—, la maternidad no sea un imperativo en la hembra humana, sino un principio que contribuye a perpetuarse la especie, empero, es viable decidirse a no ser madre. Análogamente acontece con el enamoramiento. Ya lo adelantaron en su día los existencialistas. "El animal nace, no se hace". El animal no delibera sobre ser o no ser, los interrogantes y pesadumbres de la existencia. Ellos sienten dolor y placer, son seres sintientes como nosotros, pero sus conceptos de las cosas constituyen un enigma. 

Así, sirviéndonos de un ejemplo, un conejo no sabe qué es un conejo, porque la conejeidad, como existente en la conciencia, es una cualidad o figura lingüística alusiva a unas formas de vida, significados humanos, aunque el conejo sí contenga una esencia material, átomos y partículas arquitectas de su forma y conducta animal específica o distintiva. 

No obstante, la conejeidad para el conejo es nouménica—una cosa en sí incognoscible como término denotativo y connotativo, y en su marco de percepción no tiene cabida la semántica con su identidad o ser en en sí, puesto que obedece a una interpretación, un juicio del sistema psíquico humano. 

Por tanto, la construcción de la conejeidad es humana en el lenguaje, mas no en el carácter ontológico para el propio conejo. Dicho de otro modo, no escogimos que este fuese u obrase de X modo en su forma esencial como conejo. El lenguaje comprende un espejo de lo que el conejo es, aunque el mentado reflejo es ciego para el conejo sui generis. Ignoramos el código nominal del conejo consigo mismo para asignarle una autodefinición en los mismos términos que empleamos nosotros. Esta es una tarea que por lo menos yo no me atrevo a llevar a cabo. 

Esto comentado precedentemente marca la singular distancia cuantitativa, que no cualitativa, entre el resto de seres vivos, principalmente los mamíferos, aves y cetáceos y nosotros, los bípedos implumes. Luego no tienen lugar jerarquías algunas o derecho al dominio, violencia sobre ellos y privación de su destino. 


Simplemente se trata del grado de lenguaje abstracto, conciencia y diálogo consciente con el mundo, un volver a sí dialéctico, una disposición a la afirmación y negación en las sentencias, preguntas y dudas, cambios de dirección ausentes en el animal no humano, con excepción de la cautela y precaución en parámetros evolutivos, fruto de no ser devorados por otros y desconfiar en pro de la autoconservación cuando han padecido algún daño pretérito, como ese perro que sufrió maltrato y se muestra arisco al tratar de interactuar con él. Tales conductas las atestiguó Charles Darwin en "El origen del hombre" [1871]. 

La mundanidad y sus estructuras simbólicas es colocada por el entendimiento humano siempre competente para no ceñirse a la adaptación, sino crear, elaborar otros mecanismos de existencia más complejos y trascendentes de la ontología—naturaleza o realidad— que envuelve a cada ser.

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