lunes, 26 de octubre de 2020

 El ser humano contemporáneo está condenado a creerse libre con la absoluta entrega a sus pasiones  y deseos, pero es por ello que es más siervo que nunca. El culto al consumismo es una triste metáfora del consúmete a ti mismo, destrúyete y no indagues. Por el contrario nubla el juicio y los sentidos, cual amnésico comedor de la flor de loto. Piérdete en el hechizante canto de las sirenas. Cede al embrujo del placer prometido y no pienses, pase lo que pase, no razones. Los denominados fármacos tecnológicos, publicitarios y las compras compulsivas. Su representación de la perdida Arcadia. Presentada ante la vista como amistosa, terapéutica y antidepresiva, la industria cultural comprende una temible cicuta disfrazada. La sentencia ha sido dictada: Poshumanismo o muerte 

¿Pero acaso el inminente salto tecnológico y cibernético—la ontología o realidad en que ya estamos inmersos—pretende nuestro bienestar colectivo, la mejora de las condiciones de vida de la especie o contrae seguir refinando todavía más las técnicas y herramientas de dominio, transformándonos en dispositivos superlativamente pasivos que ceden todo el conocimiento, entendimiento y capacidad de juicio, su masa pensante a los aparatos y máquinas varias? ¿babearemos cuales pacientes de hospital puestos hasta arriba de morfina? ¿accederemos a aplicaciones cuyo cometido consista en regular los desequilibrios psicológicos y volvernos zombies hambrientos de sus efectos efímeros? 

Vayamos un momento al espejo que tengamos más cerca y mirémonos en él ¿no estamos ya en proceso de zombificación? ¿tanto hemos perdido la mayor y la más imprescindible de las virtudes humanas, la prudencia, de la que por cierto carecen los antiguos y divinos dioses, quienes de acuerdo con Platón en su Diálogo "Fedro", perdieron sus alas y se tornaron mortales?

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