lunes, 13 de noviembre de 2017

Yo contemplo auténtica belleza en un cadáver, con el que las aves carroñeras y nubes de moscas se dan un festín. Percibo poesía en el desfile de gusanos horadando la hedionda carne gangrenosa y el lento marchitarse de los sangrientos rosales.

Me produce, la palabra es indiferencia, la apertura de los tersos pétalos de una neonata flor, las abejas libando el polen, tal vez por mi repelus a cierto tipo de insectos, el resplandor del sol precipitándose sobre las verdes copas de los árboles y la contagiosa alegría de un ánimo primaveral.

Lo admito, soy hijo de lo romántico. Mi curiosidad reposa allá donde anide lo desbocado, taciturno, inquieto, gótico, penumbroso, sombrío,  lúgubre, pesimista, decrépito y enfermo.

Ahí, en el corrosivo ácido, es donde tiene lugar un impacto, latigazo en mi cerebro, excitación de los sentidos. En lo gris, humeante, asfixiante, mortecino y nauseabundo se retrata mi sensibilidad. Un océano embravecido, o templado, pero siempre nostálgico, inducidor a pensar y con desazón ¿por qué? Misterios de quién escribe.

J.B.B

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