En las mugrientas aguas de un cenagal dormito, desde que raya el alba hasta el atardecer funesto. A veces, alzo la cabeza y tomo una ración del pútrido aire envolvente, que mis hastiados pulmones inhalan con esfuerzo, vomitando esputos, bilis y sanguijuelas reinantes en las roídas entrañas.
De mis desgastadas y enmohecidas fauces brotan palabras sucias, sombrías, atragantadas tras una larga estancia de claustrofóbico encierro. Una vez echado un vistazo al sinsabor de la superficie, retorno a la espesa oscuridad del fango, hogar de liendres, caimanes, alimañas y gusanos. Aquí anidamos los poetas malditos, incomprendidos y malsanos.
J.B.B
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