jueves, 7 de enero de 2021

El asalto al Capitolio de ayer: Los populismos y los sofistas.

A mi entender, los  populismos son efecto de la posmodernidad. Una caricatura y dibujo animado, borrón de lo que fue el ser humano alguna vez y transformarse en sujetos menores de edad que diría Kant, negándose a saber y apelando al sentir más descarnado con los colores más siniestros de aquel: el odio, envidia, revanchismo, antipatía. Este asalto al Capitolio es la muestra del regreso al medievo, a una era de ignorancia y superstición ilimitados. Obra como te nazca, no pienses antes de actuar y cuanto más estrambótico más impacto y seguidores recibirán. Es el retrato de la parodia, el ridículo en las diferentes dimensiones humanas. 

La sociedad del espectáculo, al circo, al entretenimiento sea cual fuere, tener divertido al pueblo y que olviden sus preocupaciones, centrando sus miras en lo ajeno, debido a la vacuidad de su persona. Desatienden la belleza del interior, la parte que reviste importancia y que reclamaba Sócrates, las inquietudes intelectuales  y en cambio ceden a la idolatría religiosa de la máscara, el disfraz, la vulgaridad. Trump junto con otros políticos es el espejo de la mediocridad de la sociedad contemporánea, la época en que el homo sapiens ha sido reemplazado por el homo videns. 

Asistimos a las corrupciones del cuerpo, lo aparecido en la pantalla, quedarse en la superficie de los discursos, la voz de los sofistas, los malos poetas, la seducción de hablar de matar y pintar de violencia el mundo con tono grandilocuente, vehemente y convincente—Reminiscencias de la imagen mítica de los nuevos mesías: Hitler, Mussolini, Lenin, Stalin en los coetáneos Trump, Nicolás Maduro, Putin y compañía en otras regiones del globo—Los relatos de promesas a manos de grandes héroes para la audiencia, pero que en realidad son los antagonistas faltos de virtud y vestidos de inocentes corderos.

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