jueves, 11 de junio de 2020

Todo aquel que se adentre en la filosofía debe estar dispuesto a colocar una afilada astilla en su cráneo. Es el sufrimiento pagado por el deseo de saber y dialogar con los enigmas e inquietudes del universo humano. Cada acto de preguntarse no hace sino acrecentar la molestia, y la mentada angustia se agiganta, al no localizar las esperadas respuestas a las grandes cuestiones existenciales. Finalmente, uno acepta que el malestar mengua cuando se integra la indeterminación en la vida y se habita con ella. A lo sumo, se despejarán algunas de las piedras comprendiendo que muchos senderos permanecerán siempre ignotos. Y mientras, uno hace lo que medianamente puede: vivir, que ya es bastante.

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