sábado, 27 de junio de 2020

La fuerza recíproca de la sensibilidad

La fuerza de la sensibilidad precisa de una fuerza de igual grado para su reconocimiento y goce. Tal es la razón de que muchos individuos dotados de alta sensibilidad no reciban en otras personas la intensidad que ellos produjeran en primer término, dando como resultado el reflejo de una luz bastante apagada y evitando con ello el agrado y consecuente apartamiento de los primeros hacia los segundos. Las estrellas, antropomórficamente hablando—desde la concepción o representación humana al imaginar la situación—, anhelan un destello similar al suyo y que haga despertar la conciencia de hallarse conjuntas en el sombrío cielo [la existencia]. Tal cosa sucede con la sensibilidad humana y la habilidad de fusionarse lumínicamente, afectiva-pasionalmente con el resto de seres externos a la conciencia propia.

Pero no solamente la elevada sensibilidad nombrada atañe al aprecio de aquella similar, también la moral de cada cual se ve recompensada o repudiada conforme el nivel de radiación lumínica crece o decrece en comparación con los sistemas ajenos. Tal parece ser la causa de la empatía, la afinidad con la racionalidad del individuo—esa necesaria referencia al Yo mencionada por David Hume donde gracias a la imaginación se torne vivaz la idea de los sentimientos y pensamientos ajenos, convirtiéndolos en una impresión, una fuerte pasión y haciendo que me afecten, simulando su estado en el mío, por ejemplo al pensar en la enfermedad de un amigo o un familiar suyo—.

De ahí la subjetividad que dificulta y envuelve a la misma [la empatía] para expresarse, atravesada por las infinitas circunstancias asaltantes en aquel [el individuo]. Citando a Ortega y Gasset: "Yo soy yo y mis circunstancias y si no se salvan ellas, no me salvo yo". Incluso, como antecedente condicionante de todas ellas—la moralidad y la alta sensibilidad— y sin restar peso a las condiciones ambientales, reposaría la alta capacidad intelectual y sus variables cuantitativas y cualitativas.

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