domingo, 21 de junio de 2020

El solsticio de verano aterrizó, pero yo no registro sensorialmente que estemos en una nueva estación. Cierto que todavía nos hallamos en pleno inicio, empero, guardo remembranza de otros veintiprimeros de junio y donde en algún lugar de mis entrañas, se alzaba una exaltación e incluso cierto nerviosismo infantil, análogo a aquel asaltado la noche previa a una excursión escolar, que mi cerebro archivaba. A día presente, esa ilusión es un arenoso valle.

Años atrás, la adrenalina me embriagaba al pensar en la categoría verano y sus cualidades o atributos indeterminados, nouménicos que no podía de ningún modo yo preveer ni tampoco conocer. Me ofrecían entonces, nada más llegar la "época de sol y playa", una sed de promesas y aventuras pensables, como la libertad que mencionaba Kant en su "Razón Práctica". Ya no sucede tal fenómeno. No. Actualmente, el verano es juzgado por el entendimiento como semántica-significado- intrascendente. 90 días más en el calendario anual y la obligación de localizar las correspondientes dosis de entretenimiento-tiempo de ocio- con objeto de no enfermar ante la repetición de jornadas, homomórficamente, [idéntica forma] insustanciales.

Juicio lógico: La trascendentalidad es una mentira de la imaginación. El sujeto no percibe universalmente y necesariamente los objetos de igual modo, como un servidor no capta el verano con el entusiasmo de 365 en retroceso. El eterno retorno nietzscheano pareciera ser una certeza. Regreso a esta línea temporal, mas ya no soy el mismo ¿o si lo soy? Permanece el recuerdo de un ayer que conecta con el ahora—asociacion de ideas [pasar de una idea a otra] lo denominó Hume, síntesis de apercepción pura la bautizó Kant. La conciencia, el sentido interno del tiempo, las sucesiones. Hay un yo lógico que organiza la diversidad y pese a todo el cambio, sabe que es—, aunque el desplazamiento de las masas de aire, como el río de Heráclito, ha transformado sus aguas.

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