martes, 23 de junio de 2020

La pasión y la insustancial plenitud existencial.

Cuando el mundo se torna insignificante para el individuo ante la destrucción de la idea metafísica de "esencia", en recompensa este debe aprender a apreciar los pequeños detalles, como un policromado arcoíris en mitad del día lluvioso. Claro que antes es tarea, nada sencilla además, asumir que uno es el productor de miel de su colmena: el existir propio ¿cuántos panales vacíos no se cuentan en el planeta, por aguardar a que se llenen de dulce contenido por causas ajenas al cometido personal?

Ya Kant anunció en el prólogo de la "Crítica de la Razón Pura", que "la razón humana se atormenta por preguntas que no puede dejar de formular ni resolver". Dejemos la razón para otros menesteres. Precisamente, en lo tocante a la cuestión existencial, hay que posar la mirada en la vívida pasión, pasajera sí, pero reparadora mientras dura el plácido sortilegio. Se trata de ir a la caza de motivos, excitaciones, aficiones, fogonazos... cual encandilante relámpago en una furibunda tormenta y que hagan de la vida, desde su insustancialidad, algo humanamente trascendente.

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