lunes, 22 de junio de 2020

El sentido de vivir no es averiguado ni brindado por la razón, sino por impulsos ficticios cerebrales. Vanos espejismos que alimentan la fantasía ¿por qué iba, movido por la razón, un escalador a arriesgar su vida ascendiendo una cumbre peligrosa, si analiza la estadística en su contra? No sube allí en términos lógicos para morir, sino para emotivamente vivir. La adrenalina es su fantasía. Si se le arrebatase esta y otra serie de sustancias bioquímicas, se plantearía la idea del suicidio y sin necesidad de salir de su morada. Dicha idea, si se piensa bien, es terriblemente racional. Por fortuna, la vida es en el trasfondo entendida en parámetros no racionales. De lo contrario, hace tiempo que habríamos sucumbido a la angustia de la nada por ausencia de razones.

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