jueves, 25 de junio de 2020

De entrada, hay mucha gente que objeta que el bien y el mal, incluso en sus intermedias tonalidades de grises, deberían ubicarse por encima de la ideología política particular y aquellas opiniones cargadas de mero sentimiento, en lo alusivo al rigor conferido a los juicios morales; válidos o inválidos si se acercan o desmarcan de la línea de mi bandera, escudo o equipo futbolístico, en lo tocante a mis ideas políticas y el gobierno de los países.

La cuestión principal es ¿hay alguien capaz de dejar fuera sus afinidades partidistas e ideológicas y reconocer/admitir las equivocaciones de su color o bando político? ¿o estamos condenados a excusar todas sus decisiones, no importa lo desastrosas o desacertadas que resulten estas? ¿cabe escapar de la parcialidad/polarización? ¿por qué hay personas que siguen apoyando un partido bien por el nombre o identidad de este, aunque los integren personas de conducta reprobable? ¿acaso no disponemos de la posibilidad de aislar al sujeto político gobernante de las ideas de la agrupación? ¿y si los representantes en el poder o en la oposición las están mancillando con sus decisiones-acciones?

Metámonos bien esto en la mollera los homo ¿sapiens? Ni las derechas, izquierdas, arribas y abajos son perfectos ni tienen la última palabra, porque la imperfección es una condición humana y la política es una actividad propiamente humana. Quizá este ojo de águila captador de ángulos-perspectivas varios sea una utopía y el ángulo de percepción sea más agudo, geométricamente, de lo que imaginamos.

Tal vez, en el fondo de este asunto de vínculos o gustos políticos subyace, como me dijo una muy buena amiga, el deseo de pertenencia a una asociación con la que conectar y sentirse parte de una tribu o manada y en parte compensar posibles carencias afectivas o de otro calado. Pese a ese individualismo y carácter asocial de nuestra era, los sujetos necesitan de los otros, ya sea en grupos de redes sociales, foros de discusión o dialogar mediante whatsaap. De lo que apenas cabe duda, es de que la comunicación humana, por su semántica y etimología, está bien lejos de ser solipsista o inexistente para con otras existencias, los demás.

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