martes, 1 de diciembre de 2020

"De los sabios universales y las virtudes del conocimiento".

Los hombres [nótese que uso el genérico masculino, lo lamento por los amantes de los neologismos del lenguaje y sus guerras de género, yo no libro sino relaciones de paz entre los seres humanos y por eso no entro en polémicas ni discordancias] sabios tienen mil ojos y oídos, pero a su vez, tienen el imperio de su lengua y boca al dominar su mente, pues ¿qué es el lenguaje sino el vehículo y voz de la mente? ¿Son los límites de nuestro mundo los del lenguaje", tal como lo expresaba Wittgenstein en su Tractatus. 

Habría que corregir algo la sentencia del filósofo austriaco de inconmensurabilidad y la confusión de algunos historiadores de la ciencia al respecto, puesto que el lenguaje, si bien requiere de la traducción en su enunciado, tiene una conexión con el resto de lenguajes. Y si por citar un ejemplo nadie hubiese recogido las palabras de Ibn Sina, Hipócrates, Galeno y Paracelso ¿cómo se habría avanzado en la ciencia de la medicina? ¿Y acaso los idiomas comprenden una infranqueable barrera para comunicarnos cuando se descifran los signos y símbolos? Es cierto, en efecto, que la emotividad y los "juegos del lenguaje" proveen al idioma de un mundo particular/propio, pero por lógica la emotividad no puede encerrar al lenguaje, debido a que entonces nadie ajeno al idioma entendería nada y las civilizaciones hace tiempo ya que habrían extraviado todos sus saberes. Y si no tuviesen aquellas a sus sabios, nada nos habría llegado de sus potables fuentes. 

Los sabios son sabios, porque conocen los límites, cómo sabemos que el infinito es inabarcable y la predisposición a alcanzarlo es un absurdo y despropósito por la propia forma finita humana superada por lo no revelado o hallado, y amparándose en su refugio [el de los bordes o topes] obran con cautela y amor. "Solo sé que nada se" aseveraba Sócrates, un sabio sin lugar a dudas. 

Pero que belleza saber que hay un extenso horizonte y que investigando se despejan parcelas, caminos escondidos de este. Caminante sí hay camino, pero se hace camino al conocer, porque es conociendo como se anda. Los bípedos tienen que conocer que pueden caminar y no comienzan su vida dando pasos. Y por eso al principio no se conoce y no es posible sostenerse sobre los pies. Colocad a un bebé de un año o unos meses atrás en posición adulta encima de un sillón y experimentará incomodidad y dolor nada más tocar la superficie, le daña porque aún no conoce, no ha madurado, progresado, experimentado con su cuerpo, formando ideas claras de su cuerpo gateando y ganando vigor para lograr sostenerse erguido en la etapa adecuada o correspondiente. Tal fenómeno acontece con la sabiduría. 

Los sabios, como enuncié al inicio, tienen la noción de que si se acercan demasiado al sol con alas de cera, caerán y fruto de ello no arriesgan más de lo aconsejable y callan cuando deben hacerlo y hablan lo convenido, han advertido la balanza racional, esa que tan pocos consiguen poner en correcto peso. Solamente unos pocos aperciben este diálogo entre los conceptos templanza-lenguaje-realidad-conocimiento. 

Demasiado embaucados con tocar el firmamento y poco atentos a conocerse a sí mismos, tarea esta última que sí permite el equilibrio de la sabiduría, en tanto que el que se conoce sabe lo que le perjudica y lo que le sana o hace bien y por ello se esforzará por obrar con tales preceptos, y serán consecuentes con sus acciones. De lo contrario, de sabio tendría bien poco y los consejos que diese a otros para fortalecerlos y ayudarles a conocer más transparente-lúcidamente no podría aplicárselos a sí y su sabiduría sería en balde, dado que lo que a una cosa se atribuye en singularidad y no es viable conectarla con una ajena no hay potencia útil, en tanto que la cosa depende de sí misma y es una parte o trozo inservible, cual manuscrito que se ha rasgado y se conserva una fracción que impide la legibilidad del texto. Es vital que las orientaciones del sabio recompongan el escrito o preguntas que se le formulan, aunque se trate de indicaciones u orientaciones.

Y así, en última instancia, obtenemos que, en efecto, esos sabios de las diferentes épocas sabían cuándo hablar y cuando callar, mas albergaban observaciones de cientos de ángulos, inversiones, y se prestaban a escuchar dejando fuera sus prejuicios, y no rechazaban nada de antemano ni afirmaban rotundamente, sino que observaban, profundizaban con múltiples instrumentos-herramientas [tekné]—estaban abiertos a estudiar y explorar, también dentro de sí mismos y el funcionamiento de la naturaleza—y por ello obtuvieron y nos legaron la sabiduría. Y la sabiduría sería nula sin la templanza descrita precedentemente, que les hizo ganar la conquista de su lengua y su mente, los panales de miel legaros a la posteridad. Todo este compendio ayuda a entender porque es vía de los sabios la sencillez, dado que esta está anclada en la templanza de los apetitos y la entrega a la reflexión, a las virtudes dianoéticas o intelectuales. El sabio ha llegado a la eudaimonia-felicidad auténtica, la beatitud y serenidad del ánimo justamente por eso. 


J.B.B 


"De los sabios universales y las virtudes del conocimiento".

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