martes, 7 de abril de 2020

Reflexión a partir del Tratado de la Reforma del entendimiento" de Baruch Spinoza.

¿Y no será que, contemporáneamente, hemos hecho de la duda nuestra máxima universal y que apoyados en esa vacilación irrefutable, nos equivocamos tanto y cada vez con mayor frecuencia, por lo que ensombrecemos cualquier idea verdadera alumbrada, al concebirla como probable o contingente, luego derivando de ello, la imposibilidad de discernir entre lo verdadero por necesidad y lo falso a conveniencia?

Llámanos, imprudentemente, precozmente, progreso a invertir una idea o bien someter a cuestión un razonamiento que, por ejemplo, se ha demostrado mediante cualquier análisis irrebatible, por mera ansia de que nuestro insignificante nombre, eclipse al de otras grandes mentes pasadas.

Cuando no se cuenta con argumentos ni fundamentos, únicamente se plasma la ignorancia en la que estamos todos y cada uno de nosotros inmersos. Y esta no tiene pinta de querer decrecer, sino que apunta en dirección, peligrosamente, ascendente. He ahí la diferenciación entre opinión y conocimiento, la imaginación o apariencia, frente al entendimiento o estudio e indagación de las causas verdaderas y no aquellas que, por mero arbitrio o conveniencia de la mente, se dispongan como verdaderas e indubitables.

La duda no escapa al dogma del confinamiento en la propia duda y el error, a consecuencia de persistir en su confortable e interesado desorden, en el que cada quien, desde su isla particular, se asienta.

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