viernes, 24 de abril de 2020

"El optimismo de la razón en la voluntad débil".

A día presente, soy más creyente de la razón que de la voluntad [la intención o propósito, compromiso de llevar a cabo alguna promesa]. A la inversa de Gramsci, soy un optimista de la razón y un pesimista de la voluntad, y bien pudiera darse la impresión de que las proposiciones descritas son contradictorias, al sentenciarse que la razón viene determinada por la voluntad. Señalo que esto no es así. La voluntad es más débil de lo que los individuos suponemos. La pretensión de que mediante la voluntad emergerá cualquier transformación, se ha demostrado como falaz o difícilmente cumplimentada en la praxis, si nos atenemos a la dificultad de permanencia en los fines, concebidos muchas veces a largo plazo; con las consabidas interrupciones, los cambios de parecer/opinión, la inmiscuición de los deseos, descenso de motivación desbaratando las promesas [ejemplos las de año nuevo, abandonar malos hábitos, etc.]

Aún cuando, a los ojos, se tuviese la percepción de que el argumento aportado en el párrafo anterior parece volverse enemigo de la razón, expondré por qué no sucede.

En primer lugar, la razón comprende la forma de emitir un juicio, y cuanto mayor conciencia o autoanálisis, se desprenderá un manejo mejor de la gestión de la voluntad, al reconducirla cuando esta decida desprenderse o huir, cual animal doméstico al que sacamos a pasear y echa, repentinamente, a correr desprendiéndose de nuestro lado, con el inevitable extravío del camino trazado y la sensación de deambular, intermitentemente, y sin arribar a meta alguna.

La filosofía ha fundamentado, históricamente, que la práctica del análisis es equiparable a una persona que se apuntara en un gimnasio y en principio fuera de delgadez extrema , pero con perseverancia [buen uso de la voluntad gracias a la razón] logra incrementar, a través del ejercicio cotidiano, su musculatura y resistencia física. Y esto precedente no cabe ser falso, porque, fácticamente, cualquier estudioso de una especialidad debe, por necesidad, adquirir destreza en el campo investigado, el cual requiere del correcto funcionamiento de las facultades del entendimiento. Y puesto que el razonamiento es la casa de la filosofía, se deduce que únicamente la voluntad conseguirá ser orientada, adecuadamente, con el concurso de la meditación e introspección de su misma causa, racionales, siendo además imposible que la voluntad, por sí misma, sea garante de éxito.

Al apoyarse en el río de las vivencias, detectamos como es onírico lo anterior—que la voluntad sea válida y autosuficiente—, por lo que la voluntad necesita del músculo del cerebro atribuido a la razón y análisis.  En juntura con lo previo, la filosofía comprende la empresa de traer los impulsos y movimientos, normas inconscientes a la conciencia, poniéndose de manifiesto, a la vez, que el autoconocimiento es similar a encender una parcela de luz en una habitación en penumbra y que, por lo tanto, una parte debe verse revelada, y que si se potencia la introspección, por reducción al absurdo, más estancias deberán verse iluminadas conforme transcurra el tiempo.

Con ello, se concluye que la voluntad con origen inconsciente, conforme brota en la operación reflexiva del entendimiento, debe tornarse visible con mayor grado y de este modo, la voluntad solamente puede ser reeducada, al modo de un viento autónomo, valiéndonos de la actividad intelectual brindada por el artefacto lógico-analítico, cuya síntesis constituye la crítica, la brújula que previene que nuestro fiel amigo perruno—metáfora de la voluntad— nos abandone a la mínima ocasión, y al tiempo, quizá frenemos tantas corrupciones, desviaciones y cortocircuitos psíquicos, en lo tocante al complejo y delicado cableado entre las creencias y los deseos.

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