martes, 3 de septiembre de 2019

Pequeña reflexión

El problema y causa de la infelicidad no descansa en el inagotable deseo, como han sostenido los estoicos, sino en la idea perfecta que nos formamos de la felicidad; una bella imagen en nuestro campo mental, pero que rara vez se materializa en los términos que nos gustaría. El deseo en sí mismo no es nocivo. 
Es la envidiosa fijación en los dioses, la que nos impide a los mortales contentarnos con lo terrenal. De ahí que la felicidad anhelada habite en las murallas del vedado Olimpo, Asgard, el Cielo y cualquier escenario placentero de residencia de seres supranaturales. 
Después de todo, nuestros modelos aspiratorios los representan los héroes y villanos del cómic ¿y qué son estos más que una remasterización de las viejas deidades (dioses y semidioses)? El hombre espera localizar un sentido perdido más allá de las estrellas. La felicidad, abraza inexorablemente el mito (espejo de nuestro divinizado concepto de perfección) y mediante ello se vuelve mítica. 
Esto se traduce en que, en suma mitificamos el deseo mismo, tornando el objeto pensado en irreconciliable, discordante con el manifestado en el plano empírico. Lo platónicamente imaginable como indeterminado, se defrauda ante "el plano real" de lo limitado, luego determinado. El sueño puro de la libertad se deshace en mil pedazos. 
J.B.B

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