sábado, 21 de septiembre de 2019

El engorro de la escritura recae en que casi siempre le pilla a uno desprevenido y debe evadirse, interrumpir la otra actividad que está realizando. Se preguntarán por qué.
El objetivo es que la letanía de pensamientos no se evapore en el irrecuperable vacío, los cuales desean contar una anécdota, reflexión, o simplemente detallar lo que los sentidos de la persona narradora están registrando en ese preciso instante.

Así pues, la introspección—ese recabamiento atemporal de la información—es tarea obligada del literato. Por tales razones, como tiene lugar en el filósofo, pareciera que ande con la mente enfocada hacia la metalizada luna, en vez de concienciarse de pisar tierra firme y estar apegado al mundo sensible. Ello a pesar de que el redactor es un animal profundamente observador y plagado de curiosidad por los fenómenos circundantes.

No obstante, en igual medida que el filósofo, la abstracción termina por ganar la partida y el concepto, sus lenguajes subsumen la realidad mundana, categorizándola. La elevan hacia las frías y solitarias cumbres del sentimiento ;¿quién dictaminó que los sentimientos no pueden albergar un carácter gélido y sin entrar en contradicción emitir—transmitir una sublime hermosura, por ej. la de un paisaje helado reportador de calma? ¿acaso alguien se queda congelado de indiferencia al contemplar una pintura de Caspar Friedrich donde se localicen dichos rasgos?

En lo tocante a la afectividad, el frío goza de muy mala reputación. Todavía se resiente de las quemaduras de primer grado del monopolizador aliento fogoso y asfixiante, tan venerado. Oigan el recital shakespeariano y su connotación pesimista —¡¡¡Este es el invierno de nuestro descontento!!!
En términos generales, el léxico se ha comportado siempre con las bajas temperaturas como si de un marginado perro callejero conducido a la perrera__el patíbulo perruno__ se tratase. Olvidamos que las deliciosas naranjas y otros sabrosos frutos se recolectan en temporadas de abrigo.

Porque no nos engañemos, en la literatura y a diferencia de la práctica filosófica de corte más racional. En el reino literario, los sentimientos toman el control. Actúan imitando a los caballos, que recorren salvajemente las fértiles y heterogéneas  líneas de palabras, al tiempo que con bravura se aventuran en los más inhóspitos desiertos y lóbregos a la par que frondosos bosques.

J.B.B

No hay comentarios:

Publicar un comentario