domingo, 15 de diciembre de 2019

Los creadores acostumbran a ser los maldecidos. Se necesita del desprecio ajeno para engendrar obras, que acallen a la masa de corazón de piedra. El ostracismo, al que se ve obligado el paria, obtiene su pago con la sublime y muda venganza en el arte. En sus caóticos muros resuena su burla de la incomprensión. Los espectadores se avergüenzan de su familiaridad con los rumiantes y en la experiencia estética abrazan la compasión con el sufrir propio y ajeno. Dirigen su conciencia a las fuliginosas bocas de la imaginación estética. Les descose, quebranta, acongoja, abruma, enternece, envilece contra su amada figura, etc. El mundo adquiere la verdadera forma. El creador, el apartado, desterrado y marginado—el otro—es el animal que entrega—comparte los ojos, oídos, boca y demás sentidos para contemplar la esencia perdida de las cosas...

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