domingo, 11 de septiembre de 2022

Del tiempo y la infelicidad

 El tiempo siempre es motivo de angustia. La felicidad, por lo menos para mí, supone la ausencia de la conciencia del tiempo. De ahí que la entienda como un estado de indiferencia. Ya lo nombraba Nietzsche en su "Genealogía de la moral", el olvido es la felicidad. Sintiéndonos indiferentes al existir hallamos paz. Por eso las drogas no producen felicidad, sino un placer engañoso, de caída horrible de nuevo en la realidad, como una resaca terrible o síndrome de abstinencia. En cambio, de ese estado de impasibilidad no se tiene apego. Y albergo pocas dudas de que dicho estado lo localizamos cuando estamos inmersos en una actividad artística. Sí, para mí la felicidad supone una mirada estética como ya he puesto de manifiesto en anteriores textos. 

Poco a poco, a partir de las tesis de Kant y Schopenhauer con aires claramente orientales los del segundo, he ido configurando mi idea de felicidad, a la que equiparo a un sentimiento y no un concepto. Los conceptos abruman, remiten al objeto en sentido lógico, de posesión y utilidad, mientras que el sentimiento nihilizado mediante el goce desinteresado estético sume en calma y un irse de, apartarse de la vida, una muerte sin temor a morir. Hasta en el amor cuando se ama a otra persona se sienten caminar ambos por un prado etéreo, apartado del ruido de la existencia, tal que si ambos tocasen una sinfonía o compusieran un lienzo o poema y bailasen una danza en las estrellas.  

La conciencia se ve liberada al fin de los confines de la duración, del fin o desenlace. Mientras acontece no hay fronteras, como el universo vasto que tiene un principio, y según los físicos es infinito en tanto que se está expandiendo. Con el arte ocurre algo similar. Se dilata en el instante atemporal estético el tejido y las horas lucen minutos. Y todo es tan simple y complejo cómo adoptar una dimensión desinteresada que permita ese acceso a la eternidad del goce estético en todos los sentidos, a la felicidad. 

Aparte, queda pendiente otro asunto que debo ir puliendo, el del por que el arte contiene esa Purificación o catarsis ya referida por el filósofo Aristóteles en su “Poética". En principio, porque los sucesos le ocurren a otra persona. Hay una salida del yo que rebaja la frustración al escuchar problemas y preocupaciones ajenas y es sabido que la alegría ajena es contagiosa, por lo que si estuviéramos cabizbajos o decaídos la entrada en una obra artística anima. Todo esto nos obliga a un perderse que exige además madurez—la inmadurez jamás comprenderá los excesos del ego y siempre los tomará como símbolo o señal de bienaventuranza y salvación. La desmesura es propia de los días juveniles—pero no entenderlo como un mero chute, una pura dosis de dopamina, ni tampoco la anulación bioquímica, que dejemos de sentir sensaciones y seamos como piedras en el suelo. No ¿qué fin en sí mismo sería la felicidad entonces? La felicidad es un estar sin estar, pero sabiendo que se está y no anhelando alimentar o nutrir más la sensación. Desde que esto pase, aparece el placer embriagado de sí mismo. 

Claro que existe otro obstáculo al tema que me ocupa y que ni puede ser ignorado, el del lenguaje, alusivo a la palabra y el significado atribuido en una época y lugar frente otra ¿es la felicidad una palabra nada más? ¿se trata de una mera señal corporal que interpretamos como un bienestar inmenso? ¿se trata de una ilusión propia de mente que busca una utopía o paraíso perdido ¿y que tiene el arte que calma la sed? ¿como la entienden otras culturas la felicidad? ¿ Todas estas cuestiones debe ser atendidas en el próximo capítulo. 

Todo este blog está escrito por Jorge Beautell Bento y así queda registrado en el presente día. 

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