martes, 8 de septiembre de 2020

Nuestra motivación genera o localiza, ficticiamente, el sentido. Posiblemente, por eso al ingerir cafeína, tocar un instrumento, elaborar un escrito, escuchar una canción, bailar, un gesto generoso, o bien realizar un deporte e inyectarse adrenalina... 


Cuando está ese empuje, ola de estímulos e impulsos emocionales, todo cobra más plenitud. Simple y llanamente se llena ese centro de información neurológico y neuronal falto de energía, electricidad, enlace, conectores, nexos, vínculos... Y entonces, sí apetece moverse por un objetivo. Es la pasión la que produce que seamos escaladores de montañas ¿cuál es el núcleo de la voluntad si no?  No hay otro incentivo y por eso precisamente funciona, porque la vivencia rompe con la utilidad, el preguntarse impotente e inútilmente para qué. Es dicho para qué el responsable de la angustia ¿será por eso que el arte nos salva hasta de nosotros mismos, como apuntaba Scott Fitzgerald? En la misma senda redentora, el filósofo Arthur Schopenhauer apostaba por la estética, junto con la ética, con objeto de romper con el sufriente ego y ser un todo con la existencia, en tanto que se quiebra la finalidad o causalidad y se da paso a la contemplación. 


—¡¡¡Como la criatura de Frankenstein a raíz de esa recepción de corriente: ¡¡¡Está vivo y siente que vive, pero al tiempo se olvida de la causalidad, casualidad y los sinsentidos!!! Lo demás importa lo mismo que los desechos fecales.

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