viernes, 10 de julio de 2020

Lo definido como real, que en su extensión y relación causal no es efecto de una ficción, al modo de un episodio febril o alucinógeno y concierne a lo que el cerebro interprete como tal, con base en el recuerdo y las emociones vinculadas al mismo. Si en la noche, mientras duermo, yo apenas rememoro lo que he soñado, el cerebro estima que las horas en que me encuentro en estado no durmiente y valiéndose de la memoria—conectar acertadamente estados pasados con los presentes— poseemos una conciencia, identidad, pues sabemos quienes somos, nuestra localización geográfica y los que nos rodean, conforme a ese hilo narrativo denominado biografía, la historia de vida grabada o de la que tirar en señal de fuente confiable.

Estaría fuera de toda lógica—casi total seguridad de constar como capítulo de un sueño—despertarme en la recóndita Australia, fuera de todo conocimiento del costoso viaje, y más todavía advertir al acercarme en un espejo a la vista el rostro de un desconocido, con la consecuente respuesta de susto certificada, sumada a que personajes anónimos e indiferentes para mí tratasen de convencerme de ser mis familiares o tratarse de un círculo de amigos nacido en la tierna infancia. Entonces, el cerebro resuelve que lo real es aquello que se retiene y se siente como existente—asociación lógico-afectiva en las historias— e imposible de salir definitivamente de ese plano, como sí ocurre con los instantes oníricos, salvo mediante el cese de las conexiones cerebrales en relación con el resto del organismo y los latidos del corazón.

Aparte, el mentado cerebro integra partes de lo que determina como real dentro del sueño, aunque desmenuzado y desordenado la mayor parte de las veces. Las ensoñaciones constituyen, una serie considerable de ocasiones, un haz de imágenes confusas e inconexas [saltan de unas a otras] de sucesos ocurridos y asociados al inconsciente en forma de deseos, terrores, inseguridades, amores no correspondidos, etc y en algunas circunstancias, hasta intuiciones acerca de acontecimientos que todavía no han tenido lugar en el tiempo. Hay quienes aseguran haber predicho o imaginado futuros— corazonadas—, tales como el fallecimiento de un familiar o un conflicto aún por llegar, manejando por supuesto, unos datos elementales para formular una estadística involuntariamente, y después misteriosamente cumplidas en un corto plazo.

De lo precedente se deriva que lo real es condición sine qua non [necesaria] de las creencias e información con la que cuente el cerebro y lo que este quiera o no creer. Bien sencillo sería imaginar que estuviéramos soñando en todo momento o que nuestro órgano cerebral se ubicase dentro de un frasco de cristal en un laboratorio, al tiempo que se hallase conectado a una multitud de cables que "simulasen estados sensoriales".

El filósofo René Descartes nos animó hace 4 siglos a sembrar esa duda respecto estar dormidos e ignorarlo y pese a innumerables ensayos e intentos de refutar el escepticismo cartesiano, la certeza de que estamos aquí y ahora en el espacio-tiempo que los sentidos recaban y la razón confirma, es una convicción empírica. La comparativa con el sueño es el instrumento de que disponemos para resolver el entuerto de que en efecto no dormimos; la posibilidad de discernir, más no sacarnos del apuro de que toda la realidad representada no fuese sino una reproducción de un programa informático u otro, similar al de la película "Matrix".

La solución del problema de tipo/clase metafísico, solamente se produciría si lográsemos huir absolutamente de esta supuesta falsedad y penetrar, conscientemente, como Neo en aquella que resultaría la auténtica. Si el lector pide refugiarse en las evidencias de la química cerebral ocupando el rol de abogado diferencial alusivo al sueño y la vigilia, ni siquiera la revolución de sustancias obra caritativamente aquí, en tanto que las reacciones y estimulaciones varias bien podrían replicarse como he anunciado en anteriores párrafos. Mientras tanto, ser un "cerebro en la cubeta", acepción acuñada por el filósofo, también, Hilary Putnam—unos de los anfitriones de Westworld, un Truman bajo la lupa de un Gran Hermano, un ojo creador de su mundo, o un ciudadano enchufado a un superordenador: Matrix— no contrae una hipótesis tan descabellada como sí hubiera podido sonar en un principio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario