sábado, 29 de febrero de 2020

Venía yo meditando esta tarde rota y anómala del día bisiesto, las inversiones en los títulos literarios y la manera en que se alteraba el hilo de los relatos. El poder del lenguaje es arrollador ¿por qué contentarnos con un mundo derecho? ¿acaso hemos jugado a poner el significado patas arriba? 
20.000 submarinos en un viaje de leguas, viaje a la tierra desde el centro, de la luna a la tierra, 100 soledades en un año, el tesoro de la isla, las moscas del señor, no tiene quien le escriba a un coronel, la cólera en el amor de los tiempos, de mis putas tristes memorias, anuncio de una crónica muerte, del demonio y otros amores, el sueño es vida, escarlata en estudio, la comedia divina, al edén del este, las noches y una mil, la rosa del nombre, las maravillas en el país de Alícia, mi rojo es nombre, el hojalata de tambor, la criada del cuento, entre el centeno del guardián, la alegría de la casa, los mundos de la guerra, ¿las ovejas sueñan con androides eléctricos?, en tiempo perdido de la búsqueda, una dama de un retrato, las tinieblas del corazón, lo salvaje de la llamada, ciudades de dos historias, el adolescente de un retrato artista, Venecia en la muerte, subsuelo de las memorias, el ridículo sueño de un hombre... 
Todo se torna más atrayente y, obviamente vertiginoso, cuando se le da la vuelta ¿y no es curioso que aún así no pierda el sentido o coherencia? Adquiere una nueva ¿no será que andamos tan ensimismados en el orden aprendido, que incapaces somos de hallar uno novedoso? ¿no es este el mal que acusa y acosa a la endeble, casi agonizante creatividad?

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