domingo, 9 de febrero de 2020

Escribir con caracteres literarios—la diferencia entre una pieza literaria de la que no lo es— exige unos mínimos de transgresión, una brecha con lo esperado, la tensión, sorpresa...

He visto a docenas, centenas y millares de articulistas, comentaristas, ensayistas y algún que otro escritor elaborar textos impresos, mas estos se afanaban tanto en ser sumisos, no quebrantar con la palabra lo establecido, que finalizaban por no calar en absoluto en la psique del receptor. Su aspecto, sumamente formal, era semejante al de esas aburridas gráficas, pasadas de largo—salvo para los expertos en economía e inversores—la correspondiente a la sección de los movimientos de la bolsa. "Palabras huecas y sin alma". No tratamos con cadáveres, señores y señoras míos.

La literatura se encamina en la vía opuesta a los farragosos datos econométricos. El material literario tiene por norma emocionar. Vincular al lector con el contenido, a modo de introducir la temerosa mano en el boquete de una superficie de hielo, notar el sudoroso calor próximo a las brasas, aspirar el aroma de una exótica selva floral, oler las melancólicas aceras mojadas, palpar el llanto y agonía de un personaje roto, empaparnos con sus gozos, la apetencia de cobrarse una venganza, el retrato de la encendida pasión y los destinos trágicos, etc.

A mi juicio, en eso consiste y se distingue una obra literaria de la no literaria. Inclusive, pese a relatarnos un escenario futurista, tan propio del género de ciencia ficción. Allí donde los circuitos y elementos robóticos predominen enteramente y las emociones constituyan una nimiedad en la sociedad descrita.

Hasta en este cibernético contexto, el aparato afectivo nos atravesaría, ya sea por los hondos e inconfesados  suspiros de los protagonistas al querer sentir y verse impedidos o que dicho entramado mega- lógico y racional no constituya más que una metáfora irónica  utilizada por el creador, con vistas a criticar los excesos de la falta de inteligencia (vida) en los opacos corazones de metal. Justamente, de eso va el meollo de la literatura. De sentir, romper moldes y vivir emotivamente en-ser parte de- lo narrado.

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