miércoles, 20 de noviembre de 2019

CRÍTICA DE EL REY LEÓN 2019


Empiezo mi crítica destacando el grado de hiper-realismo e idéntica expresividad en sus protagonistas que la de contemplar un documental televisivo de la naturaleza. Por tanto, constituye un desacierto tremendo, a mi parecer, optar por la fotografía y olvidar el alma; manifestar visiblemente los sentimientos y conflictos en los personajes, en vez de permanecer estáticos e impasibles durante toda la cinta. En el remake, no experimentamos el dolor del pequeño Simba por la pérdida de su padre. De hecho, su rostro refleja lo mismo que cuando se zampa un escarabajo.

Otro punto flaco respecto de la escasez de viveza en los personajes está en que, por ejemplo, el célebre dúo cómico formado por el simpático suricato Timón y el facóquero (tipo de jabalí) Pumba, ideadores de la filosofía de tonos existencialistas Hakunna Matata—no te angusties, la vida es absurda—, en la nueva producción pierden la chispa de comicidad y actúan, en sintonía con el carácter de foto-documental artificialmente, rígidos y sus gracias se tornan absurdas y fuera de escena. La perversidad de Scar (el hermano de Mufasa) es otro ejemplo citado de pobreza psicológica. Esta debe imaginársela el espectador, en tanto que sus ojos y boca apenas varían en ningún plano, en comunión con el hieratismo de los demás animales participantes. Ídem con la complicidad entre Mufasa al jugar con su hijo.

Hablando de fuera de lugar. Los diálogos se han abreviado una barbaridad, mutilándose fragmentos  que aportaban un sentido a la situación descrita. Debido a este acortamiento innecesario, se dan reacciones en las conductas animales no acordes con sus frases, lo que evidentemente deja al espectador preguntándose a razón de qué se desencadenó esa respuesta.

La magnífica música si bien aguanta el tipo, no deja de rememorar el viejo clásico de 1994 y la actualización de las voces y manera de interpretar las canciones, pese a ser fieles al original, para mi gusto  decaen. La trascendencia de antaño, la cual hacía que uno escuchase uno de los temas y se erizase el vello se ha esfumado. Su culpable, el estilismo de no ficción, la no distinción entre realidad y fantasía. Resulta quimérico elaborar una obra imaginativa cuando se le roba la fuerza psicológica a los personajes, limitándolos a los roles de un león o hiena cualquiera de la sabana. De hecho, la burla de las hienas y chistes sin gracia apaga la simpatía dejada por el trío de hienas antagonistas (Shenzi, Banzai y Ed) de los 90.

En lo tocante al ritmo del metraje. La historia acontece muy deprisa. Casi no se permite al público empatizar con la tensión, peligros, sorpresa, rabia, desconsuelo o romance de las situaciones presentadas. No obstante, se las han arreglado para que la película posea unos cuantos minutos más de duración, narrando tramas que completan la original y conceden más protagonismo a las leonas, confiriéndole a la película un toque feminista y de empoderamiento, como corresponde en los últimos estrenos de la factoría Disney.

En conclusión, Disney trata de devolvernos a la infancia, pero se ha llevado el corazón. El resultado es tremendamente hueco, sin más admiración que la dirigida al trabajadísimo pero aglutinante apartado visual. De resto, nada más queda en pie lo que la memoria atesoró del clásico original.

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