martes, 30 de noviembre de 2021

De cómo necesitamos ficciones para huir de la realidad.

Muchas personas no lo comprenderán, pero me resulta difícil—por no decir imposible—no pensar que soy una ínfima onda en el océano. Me invade la percepción de lo sublime, el vacío ante la inmensidad circundante y extendida más allá horizonte visible... la bella, y aterradora a la vez, paradójica noción de insignificancia y aceptación del inevitable descontrol, vértigo, soledad e incertidumbre como condición de la existencia, la de ser esa diminuta y confundida onda, desplazándose a través de los azarosos vientos y aguas del porvenir. Será por eso que requerimos tanto de ocupaciones, actividades, entretenimientos, nuestras drogas, amistades, amores, trabajos, preocupaciones mundanas, hobbies, pasatiempos...centrarse en otras tareas y mantener la mente distraída o bien enredada con otros asuntos: la ficción de coherencia y sentido. La anestesia para el enorme absurdo que somos y nos rodea. En dos palabras: la simulación, la Matrix. 

El cerebro nos engaña evolutivamente para huir de esta verdad, posiblemente la única. Sobrevivir a costa de la mentira de creer que hay un propósito fuera de la subsistencia por el que hacemos las cosas. No, a mi entender es la batalla del organismo, de la humanidad contra la entropía, la depresión y la angustia. El fármaco natural para soportar vivir. Justamente, cuando nos golpean los trastornos como la depresión y somos huérfanos de ilusiones, experimentamos el desasosiego de la existencia sin objetivo ni motivaciones. Paradójicamente, estamos obligados de la simulación, nos mantiene saludables y con proyectos, sueños, deseos y metas, que nos alivian de concienciarnos de que somos esa casi invisible ola en la vastedad cósmica. 

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