La vida cotidiana tiende a ser una repetición y cuando uno sale de ella, bien sea que se evade del trabajo u otras ocupaciones, el sentimiento del absurdo nos atraviesa como una afilada flecha. La debilidad nos invade y se pone de manifiesto que requerimos de dicha linealidad o mecanicidad en los hábitos para fingir que hay un sentido implícito en cada una de las acciones y maneras de vivir, y no que aquellas responden a mecanismos socorridos para autoconservarnos, y de este modo evitar sufrir ante la falta de sentido y un por qué de la existencia.
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