lunes, 24 de agosto de 2020

 Si la belleza durase para siempre, dejaría de ser apreciada como tal. Es lo efímero aquello que confiere valor a todas las cosas. No es de extrañar que el sentimento de lo trágico empapé la conciencia de la pérdida, y al tiempo confiera fuerzas a la máxima —Carpe diem—¡Aprovecha el momento! Si dicho momento jamás expirase, importaría bien poco exprimir el jugo, disfrutar mínimamente y la existencia se antojaría una terrible agonía. Compadezco a aquellos que anhelan la condición de inmortales, pues no distan de transformarse en tristes y apagados espectros, quienes jamás se sienten complacidos y saciados. Se hallan condenados a vagar en un estado intermedio entre la vida y la silenciosa penumbra; impotencia por contemplar la primera cual espejo, empero, privados de acariciarla, a la par que se les impide abandonar el tedio al que un dilatado segundo, tornado en siglos, les conduce, y donde ya ni se acuerdan del tiempo que sus mórbidos miembros disparan alaridos y lamentos.

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