martes, 13 de agosto de 2019

RELATO

RELATO

—¿Y cómo esperáis contemplar a los demás con cierto orgullo, satisfechos con vuestro ser, cuando sentís vergüenza/os avergonzáis de vosotros mismos?

Yo fui uno de los primeros en degradarse a la altura de las repugnantes liendres y piojos y en medio de ese estado recurrí a un auto-parasitismo. Succionaba ingentes litros de mi néctar; la endeble autoestima y dormitaba, en mímesis con los murciélagos, en los lóbregos rincones de mi madriguera o barril de Diógenes: la estrecha habitación__para un servidor, la notablemente subrayada línea de demarcación entre el individuo-mundo.

Cuando, la tímida en ocasiones y otras altanera, luz se filtraba por la ventana, ráudamente la cerraba a cal y canto. Aborrecía la claridad y cualesquiera de sus referencias sensibles y abstractas-inteligibles, el traimiento a la memoria de las geométricas formas regulares e irregulares, que habitaban en el conjunto de mi persona, las internas y las externas. Entre esas cuatro paredes de mí circunscrito mundo, sucumbí a la enfermedad mortal kierkeegardiana: el desespero. Allí me sentía desvanecer como ser en el mundo, análogo a un desatendido e inadvertido microbio, surcando el frío e infinito cosmos dispuesto ante su marco de visión; el suelo. Me divisaba demasiado minúsculo, como para comprender que el calificativo "diminuto" en realidad estaba referido a la estancia, en la cual estaba recluído.

Sin embargo, un buen día simple y llanamente me harté. Seguramente, los estudiosos en materia de psicología y psiquiatría habrán descubierto en esta era de avances y retrocesos, que se alcanza un margen de apatía irrebasable. En otras palabras, la pasividad no alberga un desplazamiento infinito, camina por rachas y algunas llegan a ser anuales e impredecibles. En el transcurso de ese intervalo temporal salen verdades, que prefieren ser tomadas por sordas. El cerebro es un órgano sumamente caprichoso. Se agota de reservas de dopamina, oxcitocina, serotonina y demás hormonas, al margen de la voluntad del individuo. Es una fábrica prácticamente incontrolada y autolegislativa (sigue sus propias leyes).

¡¡¡No!!! Cuando te precipitas hacia la brutal ausencia de conciencia, a las inefables tinieblas. En tales circunstancias, paradójicamente reparas en que no es real la libertad. El albedrío, poseído hasta la fecha, no es más que una obra de ficción, orquestada por las jornadas del jolgorio; el vaho de la alegría empaña el translúcido cristal de la realidad. Aburrido de mi desdén. Un abstracto cuadro de la negatividad, revolucionándose en contra de su autorreflejo. Con la escuálida libertad a cuestas, destruí ese espejo. Arremetí de lleno contra la simetría de la negación, tanto de mí como del resto de animales con uso de razón (con excepciones).

Muy lentamente, procedía a la ascensión en la naturaleza. Una elevación restada de jerarquías, sino en una tonalidad que podría calificarse de budista, en comunión con la vida en términos generales. La primera decisión, con la noción del determinismo cerebral, fue la de permitir que el recinto donde dormía volviese a contener luminancia. Inclusive el reino vegetal, con el que comencé por asociar conmigo, requería de calor y el suave roce de los rayos solares con objeto de desarrollar la fotosíntesis, analógo a dichos seres vivos.

En las lagunas de la poco precisa y fiable memoria, acierto a divisar a mi madre llamando a la puerta interdimensional, que divorciaba los conceptos habitación-resto de la casa. En mí, ni siquiera respiraba la voluntad de abrir el picaporte. Por el contrario, ella penetraba en la celda y depositaba el alimento en la incognoscible superficie. Albergo ligeros y fugases fogonazos de momentos, en que arrastraba mi imperceptible cuerpo y dedicaba una anhedónica (sin placer) cata, unos bocados mínimos al plato servido.

Unos meses después y pasada la etapa del orden o identidad de alma vegetal (recalco que suprimiendo escalafones divisores o diferenciadores, establecidos entre otros por los filósofos clásicos), subí__inversamente a Dante en los alegóricos círculos infernales__a la categoría de los miembros animales. Ahora, había realizado la proeza, poco a poco, de accionar el picaporte de la puerta de mi habitación y ejercitar el movimiento de los miembros anquilosados por los diferentes cuartos, acudiendo heterótrofamente (acudir en busca de comida) al frigorífico a servirme alimento y llevando a cabo una dieta más propicia de un animal omnívoro (ingerir toda clase de comida). Atesoraba los instintos y necesidades básicas sobrevenidos: el hambre, la sed, el sexo, etc.

Aparte, me percaté de que alcanzaba unas cotas (muy bajas, eso sí, pero se trazaban cifras en la gráfica perceptiva) de empatía con los habitantes con quienes compartía techo, nutrientes calóricos y no grasos, luz y agua. En efecto, un principio de agrado hacia su presencia se dibujaba en mi abanico emocional, cual animal contento al advertir que personas con quienes habita asientan cariño en su trato. La empatía, el sentimiento de afecto e interés y preocupación por los miembros participantes—el problema filosófico de las otras mentes—-, antes prácticamente invisible, incrementaba (levemente) su voz.

Transcurridos dos años, el bienestar se restauró prácticamente por completo y arañé el orden humano, uno en el que raramente o quizá nunca había obtenido comodidad, una estancia que admitiese como mía. Desde una edad bien temprana, siempre me habían representado como un invitado molesto dentro de ese género, motivo principal éste por el que ni por asomo acertaba a encajar en la ecuación "humanidad". Apunte: -Vaya usted a saber si alguien comprende un carajo de su fórmula y solución.

En los parámetros descritos, brotó de las raíces de mi tierra psíquica y orgánica un sano orgullo, ese que no pretende mirar por encima del hombre ni del hombro, sino solamente hacer notar que -soy un ser en el mundo (con atributos vegetales, animales con sus caracteres pasionales y aquellos cognitivos y afectivos más complejos en los humanos) complacido de sí, con sus privaciones de libertad, dependiente de los —inputs y outputs (entradas y salidas)—cerebrales y lidiando bio-socialmente, le guste o no, con su entorno y sujetos de naturaleza múltiple e incierta ¿para qué engañarnos?, pero que a fin de cuentas entiende.

A tenor de lo narrado en estas líneas, no habría ningún conjunto de razones para descender la cabeza al cruce de las miradas en la calle. Rememorando al filósofo holandés Baruch Spinoza: "La actividad más importante que un ser humano puede lograr, es aprender para entender, porque entender es ser libre".

J.B.B

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