domingo, 26 de febrero de 2017

LA TEORÍA CRÍTICA: EL CARNAVAL, DROGAS Y LA ADAPTACIÓN DE NUESTRA BIOLOGÍA Y PSICOLOGÍA (MENTE-CUERPO) AL SISTEMA

LA TEORÍA CRÍTICA: EL CARNAVAL, DROGAS Y LA ADAPTACIÓN DE NUESTRA BIOLOGÍA Y PSICOLOGÍA (MENTE-CUERPO) AL SISTEMA VIGENTE.

Caminar al rayar el alba tras la noche de Carnaval en el archipielago canario, significa toparte con un escenario similar al de un gran conflicto postbélico. Decenas de personas andan con dificultad, tambaleándose y otras tantas caen al suelo pidiendo auxilio a sus camaradas. Algunas no cuentan con ninguna mano amiga y son abandonadas a su suerte como animales desvalidos. 

Sin embargo, en lugar de un reguero de sangre, aquí el rastro que deja tras de sí la marea humana que a altas horas de la madrugada cerraba el paso de las calles es un mar de vómitos y orines. La libertad exige responsabilidad y, queda claro que los soldados abatidos que en la aurora desfilan por las calles de las principales capitales isleñas, desconocen lo que implica acatar las consecuencias de las acciones y decisiones que llevan a cabo.

La muestra de esto se manifesta en varios rostros compungidos y personas sentadas en el bordillo de la acera con la cabeza apoyada en las rodillas, probablemente desnortadas y conteniendo las náuseas o yaciendo semi-inconscientes en los bancos, con las que nos cruzamos al deambular por este campo de batalla juerguista.  

Contemplando este espectáculo dantesco, me doy cuenta de que el legalizado alcohol a diferencia de otras drogas penalizadas, en altas dosis ejemplifica la verdadera cara de la inmundicia humana. 

El consumo de alcohol ha dejado de conformar un hábito saludable, pasando de esas copitas de vino recetadas por los médicos y las cervezas que nos refrescan el gaznate, al tiempo que animan cuando quedamos con amigos, colocándole un tope de forma responsable a situaciones violentas, conflictivas, desequilibradas y nocivas para nosotros y quienes nos acompañan.  

Frente a la positiva utilidad social residente en las bebidas alcohólicas, la tendencia a beber alcohol hasta perder la conciencia se transforma en una obligación entre las camarillas de jóvenes y no tan jóvenes cuando salen de fiesta. 

Fruto de dicho imperativo exigido, la condición de beber, para ser aceptado dentro del grupo de iguales, la posibilidad de divertirse de manera moderada se coarta por completo. 

Desde un punto de vista psicológico, el alcohol constituye una suerte de desinhibidor, un medio para lograr un desahogo y desquite del malestar haciéndonos olvidar las penas, perder la noción del tiempo y saciar los impulsos sin tener que rendir cuentas ante nadie, excusados por el estado de embriaguez en el que nos encontramos. 

Quizá el motivo del ascenso de la marea alcohólica en nuestro organismo no sea otro que lo que ya he nombrado en anteriores escritos. Los heridos de la guerra carnavalera y del consagrado botellón son víctimas de los valores hedonistas inculcados en nuestra sociedad por parte de distintos sectores. 

El hallazgo de placer resulta crucial para garantizar la subsistencia de los individuos. No obstante, presos del capitalismo y su hijo el neoliberalismo, los estímulos placenteros siguen la lógica del mercado y ahora únicamente se persigue nublar el juicio y los sentidos, imposibilitando adoptar actitudes de resistencia y contestatarias a dicha lógica. 

La meta acualmente parece ser experimentar un goce desmedido, que paradójicamente al final se opone al propio bienestar de las personas y hace que peligre seriamente su salud. El poder nos lanza su red, un sutil y potente somnífero suministrado a nuestro cerebro, valiéndose de su necesidad biológica respecto de recibir experiencias agradables. 

A mi parecer, las causas de esta deriva de las salidas nocturnas de diversa índole, está provocada por una alimentación del sujeto a manos del sistema, el cual le provee de un sin fin de sustancias y vicios que mermen sus mecanismos psicológicos y cognitivos, los cuales se adaptan sin remedio al sistema ideológico vigente, constituyendo éste un espejo de los comportamientos internos de los sujetos. 

Los filósofos Platón y los frankfurtianos Adorno y Horkheimer estaban en lo cierto, las imágenes apetitosas que se nos colocan a la vista son engañosas, pero hemos (yo incluido) transfigurado esas falsas imágenes en realidad, viéndose quebrada cualquier medida crítica ante lo que nos llega. Ya no existe desconfianza cuando la bruja del cuento de Hansel y Gretel nos invita a entrar en su casa hecha de dulces y golosinas o cuando la malvada reina ofrece a Blanca Nieves la manzana envenenada. Un espíritu crítico precisa de un escepticismo del que se carece. 

Esto se debe a que el sistema económico-político nos brinda justamente lo correspondiente a las necesidades biológicas, valiéndose de ellas para alterar los patrones sociales y volvernos esclavos de aquel "mundo feliz" que nos describía Huxley en su novela, una Matrix en toda regla. Lejos queda una época que anhele despertar de esa hipnosis y reclamar la pastilla roja que el personaje de Morfeo nos tendía en la película con objeto de descubrir la verdad y liberarnos del mundo ficticio en que vivimos. 

Jorge Beautell Bento 

26/02/2017

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