jueves, 31 de octubre de 2019

La apertura de un libro bien urdido y el vasto mundo externo se para en seco. Bueno, lo cierto es que no te importa demasiado que acontecimientos se suceden en él. Degustas un cremoso y tostado café, al tiempo que el ínfimo espacio que ocupas cobra lo que a ti te basta de la realidad; no guardar relación con ninguna cosa ubicada más allá de tu "horizonte de sucesos" actual: el pasatiempo y buceo en la lectura, junto la despreocupación brindada por los centilitros de gasolina cafeinada arrojados, proyectados hacia el recipiente anteriormente vácuo. El resto es paja nouménica (cosa en sí, algo no conocido. En mi caso, que no le sale de sus posaderas serlo), empleando el argot filosófico de Kant.

Lo expuesto en el párrafo superior, es algo sin duda análogo a la desconsiderada expulsión del individuo a la existencia, con ausencia de consultarle al mismo, al momento de formarse en el útero, si le apetecería asumirla u optaría por permanecer indefinidamente en la invisibilidad del éter. Desde luego, tampoco pidieron permiso a la taza dispuesta delante mío, acerca de si quería verse inundada por un huésped líquido no elegido.

Lo extraño invade todo el rato lo familiar-conocido. Hasta el relato, que están bebiendo los sentidos, es en cierto modo un intruso de cara a mis esquemas y opiniones asentadas. En medio de toda esta amalgama alienígena en plena atmósfera terrestre__en un escenario que debiera ser de sobra cómodo y habitual__yo mismo adquiero los trazos de una figura abstracta, indefinida y extranjera en el ámbito hogareño.

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