domingo, 19 de marzo de 2023

De la imagen y la profundidad

Contemplando una pintura famosa se me traza en la mente [y en todo el cuerpo claro] la paradoja de que, a veces las en apariencia superficiales imágenes, son más profundas que las palabras. Las segundas no abarcan más que lo capacitado en el momento para relatarse, luego limitadas por el propio discurso y las condiciones en que se emite. En cambio, la imagen no precisa de un concepto lingüístico propiamente dicho para expresarse. La imagen es libre de tener que textualizarla cerradamente como acontece con las palabras. 

En este sentido, las imágenes [no únicamente las visuales, sino las auditivas o acústicas] están dotadas—aunque primero han de asentarse los conceptos en nuestra experiencia para que las imágenes no resulten indiferentes y le confiramos un interés y sentido, lo que se conoce como nicho afectivo—para cavar en lo más profundo de nuestras entrañas y llegar a describir sin describir verbalmente la obra más intensa, sobrecogedora y hermosa jamás elaborada por un/a literato/a, tal como pasa cuando oímos de pronto la sinfonía de algún compositor/a clásico o la entonación de un blues y no  requerimos del texto para que las emociones nos atraviesen como una flecha. 

La paradoja: imágenes supuestamente de menor calado y realidad [copia] que las ideas decía Platón ¿pero no están las ideas autodeterminadas por ellas mismas?—colocada un ancla en un puerto sin que el barco consiga zarpar o navegar nuevamente. Debería reescribirse el texto, una dura y difícil tarea acotada a los límites que marca la escritura ¿y dónde queda la libertad, el viaje propio, si las ideas se pretenden universales? 




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