domingo, 2 de enero de 2022

Del dolor como sensación más real para el cerebro

Desde mi punto de vista, nuestro cerebro interpreta el dolor casi siempre como más real que el placer. Si bien ambos comprenden las dos fuentes básicas de nuestras sensaciones, el dolor frente al placer posee una relación con el instinto más primitivo con el que nacemos, prevenir un malestar, protegernos de las amenazas del entorno. El placer es la conservación de un estímulo que agrada, pero no es concebido más real que un estado onírico o del sueño, quizá porque el cerebro requiere de la alerta para saber que se está despierto, temblores, agitaciones, miedos, incertidumbres, pellizcos, querer despertar ¿quien quiere desembarazarse del placer? No estaríamos en las redes sociales de ser así. El placer se asemeja a una droga la mayor parte del tiempo. Por el contrario, el dolor es un antídoto contra las ilusiones y justamente es lo que nos define y une como especie que se preocupa tanto por su dolor como por el ajeno—De darse lo opuesto no existiríamos, la cooperación, la ayuda ante el dolor de otros forjó la evolución. Los abrazos funcionan con este fin consolador. No sucede así con el placer que suele darse oxígeno a sí mismo en singularidad. Hasta en los amantes a veces hay poca atención al placer ajeno en la intimidad. El dolor supone incremento de conciencia, mientras que el placer tiende a ser ausencia u olvido.

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