lunes, 10 de noviembre de 2014

¿Por qué desnaturalizamos la muerte?

A mi parecer, las personas desnaturalizamos la muerte. La concebimos como algo lejano, en otro plano, y que no nos afecta hasta que ocurre. Vivimos sin pararnos a pensar en lo efímera que es nuestra existencia. Nos distanciamos de la naturaleza física-material, creyendonos inmortales, no reparamos en nuestra vulnerabilidad, debilidad como animales que somos, especie biológica que tiene una corta duración. Como consecuencia de ello inconscientemente aunque también a propósito, nos desprendemos de algo que es inevitable, y que puede llegar en cualquier momento.
Es un hecho que cuando llega cualquier padecimiento y dolor, sufrimos en menor o mayor medida. Sin embargo no comprendemos los motivos por los cuales experimentamos malestar, ignoramos la voluntad de subsistencia, satisfacción de nuestras necesidades básicas como individuos, especies, poblaciones biológicas.
Una posible razón para esta niebla o velo que se interpone ante la potencia natural, captar la capacidad de autoconservación que caracteriza a la vida, podría deberse a que no nos relacionamos con la idea de la muerte, esto es dejar patente en nuestra mente-cuerpo-cerebro dicha idea/concepto de muerte. La culpa de esta negación/repulsa por la muerte recae en la educación religiosa, espiritual recibida, que anula la percepción de la naturalidad, el conocimiento mental-corporal de la muerte, la admisión de una causa natural que puede afectar a nuestro sistema vivo cerebral-mental-corporal. Pero esto es rehusado, producto de esa ruptura con la naturalidad que envuelve la muerte, y dada la brecha establecida somos ciegos.
Tampoco percibimos el dolor como algo natural, inevitable en algún periodo de la vida, lo queramos o no. Luego, no comprendemos que ese padecimiento obedece a una relación o conexión con la mencionada muerte que rechazamos, y que conforma nuestra corta esencia y existencia corporal, material
De aquí vemos que no captamos la potencia e importancia de la vida y sus seres, la interdependencia desde su materialidad corporal. Es decir, la esencia del carpe diem, disfrutemos mientras sea posible, así como emprender acciones que alegren el vivir común, ansiar el interés por una supervivencia colectiva, de cada una de las especies vivas, reconocer la vida y su capacidad. Pero nos engañamos imaginando que podemos esquivar nuestro fin. Lo cierto es que no somos dueños acerca de como serán nuestros últimos instantes, previos a la expiración final.
Es una falsedad pensar que en este mismo instante no estamos a merced de la posibilidad de la muerte. Lo que sucede es que ese aprendizaje educacional recibido se ha encargado de sembrar miedo a lo que acontecerá cuando cerremos los ojos. Desde el punto de vista natural no ocurrirá nada, sino la descomposición material de la que se alimentaran otros cuerpos, organismos. Aun así nos empeñamos en que habrá una suerte de juicio, o bien dar cuenta ante un tribunal divino/sobrenaturalde nuestras faltas y malas acciones.
La cura para ese miedo que nos recorre el cuerpo-mente, y el cual produce que nuestra piel se erice es el auto-engaño, manifestado en un disfraz con el que diariamente nos cubrimos: la idea metafísica de inmortalidad, hasta que la mortalidad se nos presente como visible, o ya sea tarde, por lo seamos incapaces siquiera de advertir la brevedad de nuestro paso por la tierra.
Nos alejamos del dolor por un impulso biológico de especie, nuestra preservación. Por ello permanecemos alegres, ansiamos estar contentos de animos, satisfechos, fuera de cualquier recuerdo triste que se asemeje o nos traiga la imagen de la muerte. La mente-cuerpo busca preservarse también. No obstante, tal como se ha mencionado, no adquirimos consciencia de la composición natural, de la brevedad, duración de las cosas, de las fuerzas que actúan en nosotros mismos en una actitud de especie viva.
Al discriminar el sufrimiento y no analizar sus causas, desconocemos la base de la vida, los elementos básicos, instintos de supervivencia que nos mueven a actuar para preservarnos. Dichas raíces donde brota la vida para nosotros es la misma que las estrategias evolutivas seguidas por cualquier especie. Esta es que ansiamos permanecer, autoconservarnos, sobrevivir, que vivimos para escapar de la angustia y sufrimiento, la muerte.

Si por el contrario aceptásemos la muerte como limitación natural, fuésemos humildes y habláramos del disfrute y goce de los placeres en este corto tiempo como seres mortales que somos, entonces podríamos hacer frente a las adversidades y embates de la vida desde una conciencia de la temporalidad material, la finitud, cuando sin aviso nos golpeen la tristeza, pena, dolor.
En esta circunstancia obviamente ansiaremos sumar potencias, cooperando con l@s demás, obrando para mantenernos ligados al vivir, teniendo conocimiento de la mortalidad. Desde esa conciencia, ir incrementando las acciones positivas, solidaridad por interés de manternos a flote, actuar adecuadamente con l@s otr@s, nuestra dependencia con ellos en nuestro tiempo vital.
Se trataría de alcanzar aquí la suma de la potencia, estar en armonía, cooperar, adquirir la fortaleza, buscar los medios para que este (el sufrimiento, la angustia) no nos destruya, comprendiendo nuestra identidad de especie, la esencia material de la que estamos compuestos, perecedera, efímera, valorar la existencia desde su brevedad, reconociendo la fuerza de estar conectados a ella junto al resto de seres, el resto de naturalezas vivas durante el tiempo que late nuestro corazón.
De esto se deduce que precisamente por el deseo de no morir nos aferramos a la vida, al amor, generamos y mostramos los afectos, nos relacionamos con las personas queridas, amistades, familiares,etc. La necesidad de los demás obedece a razones evolutivas de subsistencia. Comprender esos motivos es hacer la existencia propia y la de los demás más agradable, para que puedan sobrevivir y aferrarse a la vida, cooperar por el mismo fin que nos ofrezca respirar, no extinguirnos, beneficiarnos mutuamente.
Todo esto se conseguiría devolviendo a la muerte el carácter natural, entendiendo porque actuamos movidos por impulsos de adherirnos a la vida: La actitud natural de especie, con un comportamiento desde la conciencia natural de la finitud, para frenar las amenazas, satisfacer necesidades, obtener beneficios mutuos/recíprocos el individuo y quienes le rodean. 

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