domingo, 26 de marzo de 2023

De la madurez y la temporalidad

Una persona sabe que ha madurado [psicológicamente, pues al principio no siempre va a caballo con la madurez biológica] cuando la percepción del tiempo se acelera y el final de la obra comienza a divisarse desde su posición actual. 

A la inmadurez de la juventud, en cambio, la suele caracterizar el caminar cientos de miles de millones de kilómetros sin advertir aún nada en su horizonte, puesto que la incesante localización del placer, propia del momento hormonal álgido —con un elevado impulso de fuerzas y energías a la caza de constantes nuevas experiencias—, nubla la noción del tiempo y la conciencia del paso de este, además de que si en algún instante echa la vista hacia atrás, comúnmente no advierte demasiado camino andado y luce amplísimo, como una mesa de infinitos manjares, el espacio todavía por transitar. De ahí quizá la impresión de eternidad en las personas bastante jóvenes, y por qué predomina el slogan de imitar la actitud despreocupada de la juventud cual elixir del olvido respecto de la siega del césped de nuestro jardín: la florida primavera y el vigoroso verano frente al recibimiento del gélido e inerte aliento invernal.

Llegados a un punto o etapa vital, por diversos factores se nivelan la edad psíquica y la cronológica. Por lo que por lo general, cuantos más años de vida tenemos, más se acorta la distancia entre el sueño y la muerte.


No hay comentarios:

Publicar un comentario